Pirulina les informó a sus padres que estaba un poquitito embarazada. "¡Cielo santo! -exclama la señora-. ¿Se casará contigo el papá de la criatura?". "Sí -les asegura Pirulina-. Ya tengo la promesa de cinco de ellos"... Contaba Nalgarina Grandchichier, vedette de moda: "Estoy saliendo con mi nuevo pretendiente. Unas veces es simpático, amable, seductor... Y otras veces no trae dinero"... Si los hombres que controlan y manejan la economía del mundo tuvieran un adarme de buen juicio nombrarían a una prudente ama de casa -cualquiera, escogida al azar- para que dirigiera las finanzas internacionales. Con eso terminaría el caos en que ahora vivimos, provocado por sabios que a fin de cuentas mostraron no saber nada de aquello sobre lo cual decían saber mucho. En la raíz etimológica de la palabra "economía" está la idea de casa. Toda economía debería ser economía doméstica, cosa de sentido común fincada en la aplicación de principios muy sencillos, como el que enseña que quien gasta más de lo que gana va a la ruina, y que en el ahorro está una de las fuentes no sólo de la seguridad, sino también de la abundancia. Eso lo entiende bien una mujer, que generalmente cuando compra una caja de cereal se lleva la más grande, y cuando compra un automóvil busca el más pequeño; a diferencia del hombre, que casi siempre compra la caja de cereal más chica y el automóvil más grandote. Por mi parte yo quisiera saber no sólo a dónde van las almas, sino también si la economía es una verdadera ciencia, o una cábala sobre la cual a fin de cuentas nadie sabe nada. Ahí tienen ustedes, por ejemplo, al señor Greenspan, que anda ahora como alma en pena por el mundo, humilde y apenado, a la manera del perrito que se comió el jabón, explicando a quien lo quiere oír por qué no sucedió lo que dijo que iba a suceder, y por qué sucedió lo que dijo que de ninguna manera sucedería. Quitémonos de problemas. Hagamos que una buena ama de casa maneje la economía del mundo, y que los sabios no tan sabios, los banqueros imprevisores, los frívolos magnates y los políticos que sólo miran lo político; todos aquéllos, en fin, que nos llevaron a la ruina, se vayan a su casa... Muy catoniano estuviste hoy, escribidor. Seguramente van a perder el sueño los sabios, los banqueros, los magnates y los políticos a los que enderezaste tu peroración. Deberías moderar tus críticas, pues no es de gente bien educada eso de andar por ahí haciendo perder el sueño a los demás. Ea, dedícate a lo tuyo, que es humilde mester de fruslerías, y no quieras -como decía el dicho- enseñar a Clemente Jacques a envasar chiles... Timonio, joven marinero, había navegado ya los siete mares, y en cada puerto, según tradición náutica, había tenido un amor. Cansado ya de aquella vida aventurera decidió sentar cabeza, y buscar para esposa a una mujer que jamás hubiese tenido trato con marinos. Para eso ideó un procedimiento: a todas partes a donde iba llevaba un remo. Cuando conocía a una muchacha le preguntaba: "¿Sabes qué es esto?". "Un remo" -contestaban todas. De inmediato Timonio las descartaba. Por fin, después de mucho andar, conoció a una chica que le gustó bastante. Le mostró el remo y le preguntó: "¿Sabes qué es esto?". "No sé -vaciló ella-. ¿Es la raqueta de algún juego? ¿Es una pala para menear una olla grande?". Timonio se puso muy contento: ¡al fin había hallado una mujer que no sabía nada del mar, ni de la vida marinera! Se casó con ella. Después de la fiesta nupcial llegaron a la habitación donde pasarían la noche de bodas. La muchacha aventó por ahí su maleta y luego, con tono de ligereza, le preguntó a Timonio: "¿Qué lado prefieres de la cama, guapo? ¿El de babor o el de estribor?"... FIN.