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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Susiflor fue al campo con su novio Libidiano. En la bucólica soledad de la foresta él le reveló a la ingenua joven el más hondo misterio de la vida. Cuando estaban en el trance prorrumpió, extática, Susiflor: "¡Caramba, Libi! ¡Bien dijo mi mamá, que me divertiría más en el campo que en esos antros de la ciudad llenos de ruido y humo!"... La suegra le contó a su yerno: "Cuando era joven posé para un cuadro que se llamaba: 'Eva y la serpiente'". "¿De veras? -se interesa el yerno-. Y ¿quién posó para Eva?"... Decía don Cornulio: "Mi señora siempre trae alta la temperatura. Ni ella ni yo fumamos, y sin embargo siempre encuentro cenizas en la cama"... Uno de mis poetas más queridos es el argentino Evaristo Carriego. En sencillos versos cantó las sencillas cosas de los barrios y conventillos de Buenos Aires (pronunciar "conventishos", por favor), y habló con melancólica ternura de su pequeña gente. ("La costurerita que dio aquel mal paso..."). Ahora que estuve en esa hermosísima ciudad lo primero que hice fue buscar alguna edición con las obras completas de Carriego. En ninguna parte la encontré. Cierto librero de la Recoleta me dio una buena pista: un viejo profesor, me dijo, estaba vendiendo sus libros, y era devoto de Carriego. Probablemente él tendría sus obras. Apunté la dirección; busqué la casa del maestro, y, en efecto, hallé entre los libros que vendía el que buscaba yo. Después de conversar sobre el poeta le pregunté el precio del libro. "Para usted y para mí -me respondió-, este libro no tiene precio. Se lo regalo. Lléveselo", (Pronunciar, por favor, "sheveseló"). "Maestro -le dije conmovido-. ¿Cómo puedo corresponder a su generosidad?". Me dijo: "Ha correspondido ya con su interés por Carriego. Si acaso, cuando regrese a México envíeme algún libro de ese gran escritor que ustedes tienen: Fuentes". No puedo describir el sentimiento que en ese momento me embargó. Un extraño pudor me impidió decirle que el escritor a quien tanto admiraba estaba ahí con él; que yo era Fuentes. La modestia impone a veces rigurosos límites. Si por descortesía no me había presentado antes, menos aún iba a presentarme entonces. Eso habría sido insufrible vanidad. Me despedí sin identificarme. Ahora que estoy de regreso en mi ciudad haré un paquete con los 158 libros que llevo publicados, más todos los ensayos, prólogos, crónicas y artículos en general que he escrito en revistas y periódicos, y se los enviaré a aquel amabilísimo maestro. Espero los disfrute... ¡Hasta aquí la broma, queridos cuatro lectores míos! Me sirve de exordio, prefacio o prolegómeno para manifestar el júbilo que me causó saber que Carlos Fuentes (el auténtico Fuentes, aunque en Saltillo sea conocido como "el otro Fuentes") recibió la Gran Cruz -y la grandísima banda- de la Orden de Isabel la Católica, presea con que España distingue comportamientos extraordinarios de carácter civil realizados por españoles y extranjeros. Dos veces en mi vida he hablado con Carlos Fuentes, y en ambas ocasiones supe de su cordialidad y sencillez. Con él recibieron en México ese premio Enrique Krauze -a quien admiro tanto y por quien siento tanto afecto-, José Woldenberg, Mario Molina y Javier García Diego. Nuestro país está viviendo calamitosos tiempos. Mexicanos como éstos nos salvan de sentir vergüenza... Pirulina le dice a su galán: "Tendremos una noche fabulosa. Vamos a compartir los gastos: tú pagas las bebidas, la cena, el taxi y el hotel; y el resto de la noche va por mi cuenta"... El señor le prestó el automóvil a su esposa. Le dice ella después: "Tu coche anda muy mal. Inmediatamente se calienta". "¡Ah, señor! -interviene con tono picaresco la linda criadita de la casa-.¡Ya le pasó usted sus mañas al vehículo!"... FIN.

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