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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En 1959 yo tenía gloriosos 20 años. (Ahora tengo gloriosísimos 70. Aprendan, jóvenes, que lo mejor está todavía por suceder). Año de extraordinarias películas fue ése. Hace justamente medio siglo se estrenaron, entre otras, estas maravillas: "Los 400 golpes", de Truffaut; "North by Northwest", de Hitchcock; "Anatomía de un asesinato", de Otto Preminger; "Orfeo Negro", de Camus; "Sin aliento", de Godard; "Hiroshima mi amor", de Resnais; "Río Bravo", de Howard Hawks, y -last but not least, nor lost-, "Ben-Hur", de William Wyler. En 1959 apareció también la que ha sido considerada por The American Film Institute la mejor comedia de todos los tiempos: "Some like it hot" ("Una Eva y dos Adanes"), de Billy Wilder. Obra maestra es ésa de la cinematografía. Inspirada en una idea elemental -la de hombres que se visten de mujeres, como en "La tía de Carlos", de Mack Sennett- la película fue dirigida con virtuosismo por Billy Wilder. Su cuidadosa labor llegó al extremo de descartar el Technicolor, por el temor de que el maquillaje de los actores disfrazados de mujer -Tony Curtis y Jack Lemmon- pudiera parecer grotesco si el film se hacía en colores. Desde luego la presencia mejor de la película es la de Marilyn Monroe, quien a pesar de estar ya en la pendiente que la llevaría a su trágico final ofreció una espléndida actuación, mostrando sus excelentes dotes de actriz, oscurecidas siempre por la etiqueta de sex symbol que la hermosísima mujer hubo de llevar toda su vida. La interpretación que con susurrante voluptuosidad hace Marilyn de "I wanna be loved by you", es uno de los momentos inmortales de la cinta. Pero el mejor de todos, y el de mayor fama, es el momento final, tan súbito e inesperado que casi se confunde con la aparición de las palabras rituales: "The End". Jack Lemmon, también disfrazado de mujer, ha despertado el amor -y los deseos eróticos- de un maduro y riquísimo playboy, Osgood Fielding III, magistralmente interpretado por el comediante Joe E. Brown. Éste le pide a Daphne -nombre femenino del actor- que se casa con él. Angustiado, Lemmon esgime mil razones para no aceptar esa proposición. Todas las desvanece el enamorado pretendiente. Finalmente, en el extremo de la desesperación, el actor le confiesa la verdad: "¡Soy hombre!". Y viene entonces la filosófica e inmortal respuesta de Joe. E. Brown: "Nadie es perfecto". La fulgurante escena, que no estaba en el guión original, fue improvisada, y añadida en el último minuto por la necesidad de terminar el film sin la presencia de Marilyn Monroe, quien atravesaba por uno de sus períodos de irresponsabilidad que la hacían llegar tarde al set, o ausentarse de la filmación. Es cierto: nadie es perfecto. Consoladora frase que todos deberíamos tener presente para no castigarnos demasiado por nuestras fallas o nuestras imperfecciones. Hemos de reconocer los errores que cometemos, sí, como base para corregirlos, pero no debemos permitir que se conviertan en lastre que nos impida seguir viviendo y nos quite la posibilidad de ser mejores. Muchos problemas tiene ahora México ("Nadie es perfecto"). Si nos dedicamos sólo a lamentar las calamidades que sufrimos en vez de aplicarnos, cada uno en su ámbito, a remediarlas, no saldremos nunca del bache en el que estamos... Cumplido por hoy mi deber de orientar a la República -en esta ocasión utilizando un fasto cinematográfico-, procedo a narrar ahora un cuentecillo final que aligere el ánimo de la Nación... Un ancianito llegó a la farmacia. Le dijo en voz muy baja al encargado: "¿Tiene condones?". "Sí hay, señor -responde el farmacéutico-. ¿De qué clase los quiere?". Pregunta con timidez el veterano: "¿Hay alguno con varillas?".. FIN.

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