Don Astasio regresó a su casa y sorprendió a su esposa, doña Facilisa, en ilícito trato de erotismo con un desconocido. Desconocido para él, naturalmente, no para ella, que tenía abrazado al individuo en forma tan estrecha que denotaba familiaridad, a más del hecho de encontrarse los dos sin ropa alguna, lo cual implica también conocimiento. Don Astasio colgó su sombrero, su saco y su bufanda en el perchero del pasillo, y fue luego al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía anotar palabras de baldón para infamar a su mujer en casos semejantes. Volvió a la alcoba y le espetó a doña Facilisa este duro vocablo: “¡Viltrotera!”. Había aprendido el adjetivo leyendo las “Tradiciones peruanas”, de don Ricardo Palma. “¡Ay, Astasio! -respondió ella con tono de reproche-. ¡Espera al menos que se vaya la visita antes de hacerme una de tus escenas!”... “Un aniversario olvidado”. Así se llama hoy esta columnejilla. También podría llamarse “Un olvidado aniversario”, nombre aún más dramático y sonoro. El aniversario a que aludo es el de la batalla del 2 de abril, en la cual las armas mexicanas obtuvieron un importante triunfo sobre los franceses en la lucha contra el Imperio de Maximiliano. ¿Por qué no es recordada esa batalla, como se recuerda la del 5 de mayo, de Ignacio Zaragoza? Porque la victoria que digo la ganó Porfirio Díaz, un héroe condenado injustamente, igual que tantos otros buenos mexicanos, al basurero creado por la mentirosa Historia oficialista que se nos enseñó, y que aún prevalece sobre la verdad. Don Porfirio ha sido objeto de un trato muy injusto. No se le reconoce el supremo patriotismo que mostró al hacer renuncia voluntaria del poder, y desterrarse, para evitar que México se bañara en sangre, como luego sucedió con aquellas luchas “revolucionarias” de quítate tú para ponerme yo. Por fortuna los méritos de don Porfirio empiezan ya a apreciarse: en algunas ciudades hay estatuas suyas, o calles con su nombre. Subsisten todavía, sin embargo, prejuicios anacrónicos, y aún no se hace justicia a este hombre bajo cuyo gobierno México tuvo paz y alcanzó prosperidad, y cuyos errores fueron más fruto de su tiempo y de las circunstancias que de sus ambiciones personales. Llegará el día -cuando México sea un país moderno, libre de dogmas, fincado en la verdad y en la concordia- en que los restos de don Porfirio Díaz podrán descansar en su solar nativo. Mientras tanto el héroe del 2 de abril sigue en un destierro injusto, risible por lo absurdo, que a todos nos debería avergonzar... El niñito llegó llorando con su mamá. “¡Mis compañeros de la escuela me dicen ‘El cabezón!’”. Le pregunta la señora: “Y tú ¿qué haces?”. Responde entre lágrimas el niño: “Los persigo para pegarles; pero no puedo, porque se meten en unas calles muy angostas”... Decía don Vetulio: “A mis 90 años sigo persiguiendo muchachas”. Le pregunta alguien, sonriendo: “Y ¿las alcanza?”. “Sí -contesta don Vetulio-. Pero ya no recuerdo para qué”... Le dice la señora al juez: “Me casé con este hombre bajo engaño”. Inquiere el juzgador: “¿Por qué?”. Replica la mujer: “Me dijo que estaba embarazada, y no era cierto”... Murió en un accidente un sujeto llamado Prick O’Pecker. El médico que le iba a hacer la autopsia se asombró al ver la munificencia con que natura había dotado al individuo, tanto que hizo la ablación o corte de la citada parte y la puso en un frasco de formol, pues aquello podía ser un récord para Guinness. Llevó el frasco a su casa; llamó a su esposa y le dijo: “No vas a creer esto”. La señora ve el frasco y exclama consternada: “¡No me digas que murió Prick O’Pecker!”... FIN.