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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Bardomiano y doña Burcelaga tenían unos primos lejanos. Cierto día esos parientes les cayeron en su casa. Llevaban consigo a toda su numerosa prole, y calcularon muy bien la hora, pues llegaron cuando la comida se iba ya a servir. Así, el matrimonio no tuvo más remedio que invitarlos a comer. Sentados ya a la mesa, doña Burcelaga, deseosa de impresionar a los recién llegados, le dice a su hija más pequeña: "Rosilita, bendice la mesa". La niña respondió, desconcertada: "No sé cómo se hace eso". La señora, para disimular, le dice con tierna sonrisa: "Nada más junta tus manitas; cierra tus ojitos; y luego repite lo que dice siempre tu papá en ocasiones como ésta". Rosilita, obediente, juntó las manitas, cerró los ojitos, y dijo: "¡Carajo! ¡Otra vez la mesa llena de gorrones!"... El reverendo Rocko Fages organizó en su iglesia un servicio testimonial: todos los pecadores deberían proclamar sus culpas, y manifestar su propósito de cambiar de vida. Se levantó un hombre y dijo: "Hermanos: soy un borracho perdido. ¡Pero les juro que voy a cambiar!". Todos aplaudieron y lloraron, conmovidos. Se puso en pie otro: "Yo soy un irredente jugador, hermanos. ¡Pero les juro que voy a cambiar!". Nuevos aplausos, y llanto general. Llevada por la emoción se levantó Celiberia, madura señorita soltera. "¡Hermanos! -clamó-. ¡Yo nunca he pecado! ¡Pero también les juro que voy a cambiar!"... Si yo escribiera, como Gabriel Miró, unas "Figuras de la Pasión del Señor", pondría en primer término a Pedro, el pescador. Jesús, el Cristo, es Dios. María, su madre, está entre lo humano y lo divino. Juan, el discípulo amado, es casi un ángel. Pedro, en cambio, es un hombre como nosotros. Está manchado por todas las culpas de lo humano, y anda de cabeza siempre, lo mismo en la vida que en la muerte, confuso ante el misterio, acobardado, capaz de traicionar a quien lo ama y de llorar luego su traición. Pedro soy yo; Pedro eres tú en el drama. Estamos ahí con nuestra fragilidad y humano desamparo; con nuestras bravatas de niño y nuestras fallas de hombre; con nuestras claudicaciones y el río final de nuestras lágrimas. Pedro es el hombre débil, la caña que gime en la tormenta. Pero sobre él construyó Dios su obra entre los hombres, porque a nadie más humano que él pudo encontrar. En su profunda humanidad estaba lo divino. A ese hombre, tan parecido a ti y a mí, le dio el Señor las llaves de su reino... En aquella universidad había dormitorio para hombres y mujeres. Una mañana le dice una chica a su compañera de cuarto. "Con seguridad he vuelto a caminar sonámbula''. "¿Por qué crees eso?'' -le pregunta la otra. Explica la muchacha: "Porque hoy amanecí en mi cama''... La impertinente mujer asediaba a un sacerdote en una fiesta. Le preguntaba con insistencia qué pensaba acerca del celibato sacerdotal. Harto ya de la tenacidad de la mujer, el cura se decidió a contestarle. "Mire, señora -le respondió-. Voy a decirle lo que pienso del celibato. Al acostarme por la noche lo lamento; pero cuando me levanto le doy las gracias al Señor por él"... Aquel señor gozaba de muy buena fama por cumplir siempre sus compromisos. Debía pagar una deuda al siguiente día, y no tenía con qué. Sólo vendiendo su coche podría saldar el compromiso. Dijo en el trabajo: "Mañana tendré que vender mi auto, porque si no perderé mi honor''. Y replica una muchacha que estaba ahí: "¡Qué coincidencia! Yo mañana tendré que vender mi honor, porque si no perderé mi auto''... Ella era católica; él, judío. Compraron su primer coche nuevo de casados, y para bendecirlo ella invitó a su párroco, y él a su rabino. Vino el sacerdote, tomó el hisopo y roció agua bendita sobre el vehículo. Llegó el rabino, tomó unas tijeras para metal y le cortó al coche la puntita del tubo de escape... FIN.

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