Dos viejecitos que eran hermanos se casaron con damas de edad menos madura que la de ellos, y decidieron ir todos juntos de luna de miel. A la mañana siguiente de la noche de bodas uno de los hermanos le dice muy preocupado al otro: “Tendré qué ir con el médico. Anoche tuve problemas con eso del sexo’’. “En ese caso yo tendré que ir con el siquiatra -dice el otro-. Ni siquiera me acordé’’... Murieron al mismo tiempo dos señores, y llegaron al Cielo. Ahí los recibió San Pedro, el portero celestial. Le preguntó al primero: “¿Qué méritos alegas para poder entrar en el paraíso?’’. Replicó, tembloroso, el recién llegado: “Estuve 40 años casado con mi esposa’’. “Puedes pasar -le indica sin vacilar San Pedro-. Mereces estar en el coro de los mártires’’. En seguida se volvió hacia el otro. “¿Y tú? -le pregunta-. ¿Qué méritos tienes’’. “Yo enviudé cuatro veces -responde el individuo-, y las cuatro veces me volví a casar’’. “Tú a ver a dónde te vas -le dice San Pedro cerrándole la puerta en las narices-. Aquí recibimos mártires, no tontos’’... Desde la parte de atrás del atestado autobús preguntó en voz alta la curvilínea muchacha: “Perdón, señores: ¿alguien allá delante me puede cantar algo?”. “¿Por qué?” -le pregunta uno de los pasajeros. Explica ella: “Porque acá atrás todos me están tocando”... Un jockey del hipódromo, hombrecito de 1.30 de estatura, se casó con una jugadora de basquetbol, mujerona que medía 2 metros 10. Una semana después ella le pidió el divorcio. “¿Por qué?” -preguntó desolado el chaparrín. Contesta ella: “Cuando un hombre me hace el amor, me gusta que me mire a los ojos, no al ombligo”... Le cuenta un tipo a otro: “El periódico dice que mi mujer es una de las damas mejor vestidas de la ciudad -dice un tipo a otro-. ¿Tú que opinas?”. “Se viste bien, en efecto -responde el otro-. Pero muy despacito”... En plena noche de bodas el pobre recién casado sufrió un síncope fatal y pasó a mejor vida en brazos de su flamante mujercita. Cuando llegó el médico del hotel no pudo hacer otra coas más que certificar la muerte del desventurado. Le dice a la desolada joven: “No me explico por qué le sucedió esto a su marido, en plena juventud. ¿Recuerda cuáles fueron sus últimas palabras?”. “Sí -responde ella, llorosa-. Dijo: ‘Pero, Rosibel, ¿otra vez?’”... Al regresar del kinder le dijo Pepito a su mamá: “Mami, me duele el destino”. La señora se sorprendió al oír aquella frase tan dramática, propia de filósofos o de poetas. Le preguntó a Pepito: “¿Dónde te duele?”. El niño señaló entre sus piernitas. Le pregunta, divertida, la señora: “¿Por qué llamas ‘el destino’ a esa parte?”. “Bueno -explica Pepito-. Un hermano de Juanito se va a casar, y el periódico dijo que va a unir su destino con el de su novia”... Dos amigas se encuentran en la calle: “¿Qué haces ahora?” -le pregunta una a la otra-. “Estoy a punto de conseguir trabajo en un laboratorio médico”, replica la muchacha. Le pregunta la otra: “¿Y mientras?”. Responde la chica: “Me dedico a dar muestras gratis”. Luego le pregunta a su amiga: “Y tú, ¿qué tal?”. “Estoy a punto de casarme” -contesta ella-. Pregunta la primera: “¿Y mientras?”. Responde la otra: “También me dedico a dar muestras gratis”... El señor fue con el médico y le dijo: “Siento dolores en la espalda cuando hago estos movimientos: me agacho; bajo las manos casi hasta el suelo; levanto un pie, y lo bajo; después levanto el otro, y lo bajo también. Por último me enderezo, al mismo tiempo que me llevo las manos hasta la cintura”. Le pregunta extrañado el doctor: “Y ¿por qué hace usted esos movimientos tan raros?”. Contesta el señor: “Es la única forma que conozco de ponerme los calzones”... FIN.