Empieza esta columnejilla con un cuento de rábido color. Lo leyó doña Tebaida Tridua, Presidenta ad vitam, interina, de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y fue víctima de un súbito episodio de dermatitis eritematosa exfoliativa y eccematoidea. Las personas que no deseen sufrir un episodio igual absténganse de leer ese relato... Pulserito, joven sin ciencia de la vida, tenía un problema grave: se entretenía demasiado consigo mismo. Quiero decir que con peligrosa frecuencia se entregaba a ése que el doctor Harringer, en su curioso "Libro de Manualidades", llamó "el solitario vicio de Onán". A ese propósito debo decir que el pobre Onán carga injustamente con la etiqueta de masturbador, siendo que él practicaba más bien el coitus interruptus, o sea que se salía del teatro antes de que acabara la función. Pero eso es otra cosa. Don Chinguetas, papá de Pulserito, pensó que sólo casando a su hijo podría alejarlo de aquel hábito, natural en la adolescencia y primera juventud, pero nocivo cuando se abusa de él. Le buscó, pues, una buena chica. Después de breve noviazgo los tórtolos se desposaron, y fueron de luna de miel. El viaje nupcial duraría 14 días. Sin embargo antes de cumplirse una semana los novios regresaron. "¿Qué sucedió?" -le preguntó don Chinguetas, con alarma, a su hijo. Responde Pulserito: "A la muchacha se le cansó el brazo". (No le entendí)... ¡Por favor, no le den en la eme a La Eme! "La Eme" es una hermosa formación en la montaña que por el sur señorea a la señorial Ciudad de Monterrey, cuyo perfil dibuja en las alturas una letra eme. ("Montañas épicas" llamó Manuel José Othón a las señeras cumbres que ciñen a la capital regiomontana). He aquí que alguien concibió la idea de iluminar La Eme. Es muy loable la intención de realzar las bellezas que tiene un municipio -en este caso el de San Pedro-, pero al hacer tal cosa se deben considerar otros factores que van mucho más allá del mero lucimiento, ya sea turístico o político. La Eme es un entorno natural con flora y fauna propias. Poner ahí esa iluminación nocturna sería irrumpir violentamente en un paisaje que sufriría daño junto con las criaturas que lo habitan. Lo mejor que se puede hacer con la belleza -aparte de disfrutarla en forma responsable- es preservarla. El más grande arquitecto que existe, el escenógrafo perfecto, el absoluto diseñador de paisajes, es quien hizo esa montaña en cuyo trazo se dibuja aquella letra. No busquemos mejorarle la plana. No hagamos daño a lo que nosotros no hicimos... Una compañía itinerante de teatro llegó a un pequeño pueblo. La primera noche presentó un drama lírico que se llamaba "Doromila y Leodegario, o Las Angustias de un Querer". En la escena culminante la enamorada Doromila le dice con arrebato a Leodegario: "Te he dado mi amor... Te he dado mis besos... Te he dado mi ilusión... ¿Qué más quieres que te dé?". Se oye desde la galería la voz de un barbaján: "¡Dile que te dé las nachas!". Aquello fue un escándalo, y la función se terminó. Al día siguiente el director del grupo fue a contarle al alcalde lo sucedido, y le pidió su intervención. El edil prometió que esa noche asistiría a la función. "Y además personalmente", dijo. Su sola presencia, aseveró, serviría para evitar otro desmán. En efecto, llegó el alcalde al teatro con su esposa, y ocupó una butaca de primera fila al tiempo que paseaba por la concurrencia una severa mirada admonitoria. Empezó a desarrollarse la función. Llegó la escena cumbre. Doromila le dice a Leodegario: "Te he dado mi amor... Te he dado mis besos... Te he dado mi ilusión... ¿Qué más quieres que te dé?". Se levanta el alcalde de su asiento, y esgrimiendo un tremendo pistolón grita con estentórea voz: "¡Al que diga que le dé las nachas le voy a partir toda su madre!"... FIN.