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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un señor llegó a su casa a altas horas de la noche. Fue a la recámara, se desvistió y se metió en la cama. Seguidamente acercó su cuerpo al de su esposa con intenciones evidentemente eróticas. Le dice ella: "Perdóname, querido. Hoy no tengo ganas". "¡Caramba! -exclama con impaciencia el tipo-. ¿Pues qué les pasa a todas esta noche?"... Stan Islavski, actor teatral de fama, fue en su juventud un gran amante. Se decía que había estrenado más mujeres que obras, y eso que su repertorio era vastísimo: abarcaba desde Esquilo hasta Ionesco. Es explicable, entonces, lo que le sucedió una noche. Con ayuda de su valet se estaba maquillando para representar "El tío Vania" cuando de pronto irrumpió en su camerino un joven de expresión patética que le dijo con honda desesperación: "¡Soy tu hijo! Sedujiste a mi madre; la abandonaste luego, y aunque supiste que había tenido al fruto de tu amorío infame jamás te importó ella, ni te importé yo. Pasamos hambre; mi pobre madre tuvo que prostituirse para que yo no feneciera de hambre; yo hube de trabajar en la calle desde los 7 años, pues aquella santa mujer desfalleció y murió víctima de la tuberculosis. Después...". "¡No sigas más! -lo interrumpió Islavski con dramático acento (el mismo de Talma en "Bajazet")-. ¡Ahora mismo te compensaré por esa vida de abandono y sufrimientos!". Y volviéndose a su valet le ordenó con majestuoso y munífico ademán: "¡Dale al muchacho un pase para la función!"... Creo que en buena parte la culpa de la recesión en que ahora se debate el mundo -y también El Moquetito, Tamaulipas- se debe a los grandotes. Me refiero a los grandes bancos; a las enormes empresas financieras; a los gigantes de la industria, a todos los hombres e instituciones que se olvidaron de la gente pequeña, o se acordaron de ella sólo para utilizarla como su instrumento. La General Motors, por ejemplo, se aferró a lo grandote. No supo leer los signos de los tiempos, y siguió fabricando vehículos de gran tamaño, inaccesibles para los consumidores de escasos recursos; coches caros de comprar y más caros aún de mantener por el alto gasto de combustible. Empezó a llegar de Europa y Asia otro tipo de vehículos, más acordes con las nuevas circunstancias: ciudades congestionadas por el tráfico y escasas de estacionamientos; necesidad de automóviles baratos; urgencia de disminuir la contaminación ambiental. Esos automóviles, más pequeños, más orientados a lo ecológico y -sobre todo- más económicos, barrieron con los gigantes de la industria automotriz, que ahora están en agonía, y recurren al nunca imaginado recurso de la quiebra como quien se agarra a un clavo ardiendo para no caer. Los directivos de esas empresas debieron haber tomado ejemplo de los dinosaurios. Esas grandes bestias desaparecieron por su gigantez, y por los cambios en el hábitat. Sobrevivieron, en cambio, especies más pequeñas que supieron adaptarse con prontitud al nuevo ambiente. ¿Por qué yo no soy grande bestia, pese a lo que se dice por ahí? Porque no quiero desaparecer... En el bar del hotel un individuo bebía copa tras copa, solitario, cogitabundo, silencioso. Le pregunta el barman: "¿Qué le sucede, amigo? ¿Por qué se ve tan triste y pensativo?". "Soy recién casado -respondió, sombrío, el tipo-. Ayer mi novia y yo tuvimos nuestra noche de bodas. Cometí un error fatal". "¿Qué error fue ése? -inquiere el cantinero. Narra el otro: "Al terminar el acto eché mano a la cartera, y sin darme cuenta de lo que hacía le di a mi mujer un billete de 500 pesos". "Vamos, vamos -trata de consolarlo el barman-. La cosa no es para tanto. Dígale que fue una broma". "Ninguna broma -replica el sujeto-. El error que cometí fue casarme con ella. Me dio 200 pesos de cambio"... FIN.

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