Obama, Bush y Clinton iban por un camino rural en Kansas. Súbitamente se desató un tornado. El vortiginoso viento del turbión los alcanzó, los elevó con violencia por el aire, y antes de que pudieran darse cuenta de lo que sucedía los tres encumbrados personajes se vieron en el Reino de Oz. Pregunta Obama: "¿Dónde está el Mago? Quiero pedirle que me quite la recesión". Pregunta Bush: "¿Dónde está la Bruja Buena del Norte? Quiero pedirle que me quite lo tonto". Y pregunta Clinton: "¿Dónde está Dorothy?"... No quiero saber qué le iba a pedir el coscolino ex Presidente a la inocente niña, pero sí quiero aplaudir -y con las dos manos, para mayor efecto- al periódico "The Washington Post", por su excelente editorial "México sitiado", en el cual ese poderoso medio de comunicación le pide a Obama que apoye a nuestro país en estos atribulados días que vivimos. La tesis de ese diario es razonable: México tiene un gobierno democrático, y "relativamente bueno", en una región del continente amenazada por el caudillismo populista, autoritario. Los males que sufre ahora este país no derivan de las torpezas o de la corrupción de sus gobernantes, sino de factores ajenos a toda voluntad: una recesión global, una epidemia. Por propio interés, concluye el diario, los Estados Unidos deben dar apoyo a su vecino, para fortalecerlo en esta crisis y evitar que caiga en una situación semejante a la de Venezuela. Espero que el Presidente Obama atienda la sugerencia de "The Washington Post". Lo hará seguramente, sobre todo al ver que secundo la opinión de mis acreditados colegas... Viene ahora un cuento de color subido. Lo leyó Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que no tiene mandamientos, por considerar que atentan contra la libertad individual, sino sólo amables sugerencias), y de inmediato se puso a cantar "Amazing grace", para disipar sus mefíticos efluvios. He aquí ese relato carmesí... Don Chinguetas, hombre de carácter irascible, estaba en una llamada de larga distancia cuando de pronto se cortó la comunicación. "¡Operadora! -grita en la bocina el colérico señor-. ¡Póngame de inmediato con la persona con la que estaba hablando!". "No sé con quién hablaba usted, señor -le responde cortésmente la operadora-. Marque usted el número de nuevo". "¡No tengo por qué marcarlo otra vez! -rebufa con iracundia don Chinguetas-. ¡Lo que quieren es cobrarme dos llamadas! ¡Restablézcame usted la comunicación!". "Ya le digo que no puedo, señor -vuelve a decirle la encargada-. Por favor vuelva usted a marcar el número". "¡No marco nada! -estalla don Chinguetas-. ¡Métase usté el teléfono ya sabe dónde!". Y así diciendo colgó violentamente. No había pasado ni media hora cuando un empleado de la compañía telefónica llegó a la casa de don Chinguetas. Le dijo: "Vengo a cortarle el teléfono y a llevarme el aparato". "¿Por qué?" -pregunta con alarma el colérico señor. Responde el otro: "Insultó usted gravemente a la operadora número 14. Si quiere seguir contando con el servicio tendrá que pedirle una disculpa". De inmediato don Chinguetas marcó el número de la compañía telefónica, y pidió hablar con la operadora número 14. Cuando ella se puso al habla le dice con acento amable: "¿Recuerda usted, señorita, que le pedí que me restableciera una comunicación, y usted me contestó que no podía, y entonces yo le dije que se metiera el teléfono ya sabía dónde?". La operadora, disponiéndose a oír una disculpa, le responde con sequedad: "Sí lo recuerdo". "Entonces prepárese -le dice cambiando el tono don Chinguetas-. ¡Ahí se lo llevan!"... FIN.