El viajero iba en su automóvil por un camino rural, y se le descompuso el vehículo. Era de noche. Vio a lo lejos una lucecita, y encaminó sus pasos hacia ella. Era una pequeña casa cuyo dueño lo recibió en la puerta. Preguntó el citadino si podía pasar ahí la noche. "Está bien -admitió el hombre-. Pero tendrá que dormir en la cama de la nena". El viajero se desconsoló. Recordó aquello de: "El que con niños se acuesta...". Grande fue su sorpresa, y agradable, cuando vio a "la nena". Era una linda muchacha de 20 años. El granjero le dice al visitante: "Pondré una almohada entre los dos. Deme usted su palabra de honor de que no pasará sobre la almohada para acercarse a mi hija". Respondió el otro con tono de ofendida dignidad: "Señor mío: soy un caballero. Para mí esa almohada será como fue para los cruzados la muralla que defendía Jerusalén: algo sagrado. Juro por la memoria de mis antepasados que no pasaré sobre ella". Tranquilizado por ese juramento el granjero apagó la luz del cuarto donde dormirían su hija y el viajero, cerró la puerta y se fue a su habitación. Pasaron unos minutos. De pronto la muchacha sintió en la oscuridad que la cama se movía. "¿Qué hace usted, señor?" -preguntó, inquieta. Dice el viajero: "Juré por mis ancestros no pasar por encima de la almohada. Pero nada dije de no pasar por abajo"... Aquella señora tenía dos o tres semanas de embarazo. Era de pésimo carácter, y en uno de sus frecuentes arrebatos despidió de mal modo a la sirvienta. "Me voy -dice la muchacha-. Le deseo que el varoncito nazca con salud". La mujer, amoscada, le pregunta: "¿Cómo sabes que el bebé va a ser hombre?". Contesta la sirvienta: "Porque ninguna mujer puede aguantarle a usted nueve meses"... Un vaquero llegó a la cantina del pueblo. Se sorprendió al ver que tras el mostrador estaba un caballo limpiando las copas con un trapo. El animal caminaba sobre sus patas traseras, y con gran amabilidad atendía a la clientela. Va el caballo hacia el vaquero y le pregunta: "¿Quiere tomar algo, amigo?". El cowboy, alelado, no pudo responder. "¿Qué? -le pregunta impaciente el animal-. ¿Nunca ha visto un caballo que habla, y que además atiende una cantina? Para que lo sepa, la cantina es mía. La compré hace un mes, de modo que no ponga esa cara". "Perdóneme -se disculpa el vaquero-. No es que me asombre ver un caballo que habla y atiende una cantina. Lo que pasa es que nunca pensé que el toro la vendería"... Volvieron a pasar en la tele la película "Algo para recordar". Himenia Camafría y Solicia Sinpitier, maduras célibes, se reunieron para verla. Tan pronto dio principio el film Himenia comenzó a llorar. Solicia le pregunta, emocionada: "¿Te trae recuerdos?". "Sí -responde Himenia-. Vi esa película hace más de 40 años, y lloro al recordar que todavía soy señorita"... Un hombre fue a la tienda de mascotas. El dueño le mostró una tortuga, y le dijo que costaba 30 mil pesos. "¿Por qué tan cara?" -preguntó el sujeto. El de la tienda se inclina sobre él y le dice al oído: "No lo va usted a creer, señor, pero esta tortuga sabe hacer el amor maravillosamente. Su repertorio de habilidades eróticas es extraordinario". Intrigado, el hombre pagó por la tortuga el precio que el comerciante le pedía. Antes de ir a su casa llegó a un motel a fin de ver si el hombre no lo había engañado. Nada de eso; lo que le dijo era verdad: la tortuga actuó como la más consumada cortesana, y lo hizo conocer deliquios de pasión que nunca había experimentado. Después del increíble trance el hombre llegó a su casa con el quelonio, y lo sentó en el mejor sillón de la sala. Ve eso la esposa del sujeto y pregunta con tono agrio: "¿Por qué traes a la casa esa tortuga? Quítala inmediatamente del sillón". Replica el individuo: "Al contrario, mujer; dale la bienvenida. Gracias a ella, en adelante lo único que tú tendrás que hacer es cocinar"... FIN.