Fui a ver morir a don Antón Yervides.
Me enteré de que estaba en su lecho de agonía porque me dijo su mujer:
-Antón se está muriendo.
-¿De qué? -le pregunté.
-De nada -me contestó ella-. De todo.
Quería significar que estaba muriendo de su muerte, como en el rancho dicen. O sea de sus años, de su edad. Es otra forma de decir lo mismo que decían los latinos hablando de las horas: "Vulnerant omnes, ultima necat". Todas hieren, la última mata.
Fui a ver a don Antón. Me dijo penosamente:
-Qué chingadera es esta de morirse, licenciado.
No me estaba diciendo que morir es cosa mala. Me decía que estaba batallando mucho para morirse. Añadió:
-Cuando a usted le toque no dé tanta lata como yo.
Pensé que en las cosas de la muerte el hombre puede poco; menos aún que en las cosas de la vida. Pero le respondí:
-Se hará lo que se pueda, don Antón.
¡Hasta mañana!..