Aquel hombre fue con su esposa a Las Vegas, y vio el show del mago más grande del mundo. Uno de los trucos fue verdaderamente espectacular: el mago desapareció un elefante. Al terminar la función el tipo buscó al mago y le dijo con admiración: "¡El truco del elefante es sensacional! ¿Cómo lo hace?". "Puedo revelarle el secreto -respondió el mago esbozando una sonrisa aviesa-, pero si se lo digo tendré que matarlo enseguida, pues aparte de mí ningún ser viviente debe conocer el secreto de ese truco". Al oír eso el tipo llamó a su esposa: "Ven, vieja. El mago te va a revelar un secreto"... Un individuo profesaba el ateísmo. Su fe de ateo era tan grande que no admitía desviaciones. Cuando cantaba el Himno Nacional decía así: "... que en el cielo tu eterno destino / por el dedo de mmm se escribió..."... El abuelo de Abrahamcito Ingeleh, que estaba en el jardín de niños, le preguntó: "¿Cuántas son dos más dos?". A su vez preguntó el chiquillo: ¿Estás comprando o vendiendo?"... Un señor fue al súper a buscar ciertos muslos de pollo que le había encargado su señora. "Pero que te los den bien grandes -le advirtió ella-, pues a veces los venden muy pequeños". En el departamento de carnicería la encargada le mostró al cliente un paquete de muslos. "Están muy chicos -dijo el señor-. A mí me gustan grandes". Responde la muchacha: "Déjeme ver si adentro hay otros de mayor tamaño". Tardó en volver, y el señor fue a buscar otras cosas que necesitaba. Salió por fin la chica, y no lo vio. Poco después se escuchó en toda la tienda una voz de mujer que dijo por el sistema de sonido: "El señor al que le gustan los muslos grandes, favor de encontrarme al final del corredor número 2"... La esposa del preso fue con el director del reclusorio y le reclamó, furiosa: "¡Exijo que le dé a mi marido un trabajo más ligero! ¡Si no lo hace, acudiré ante la Comisión de Derechos Humanos y presentaré una queja contra usted por abuso de autoridad y malos tratos!". El director se desconcertó. "¿Un trabajo más ligero para su marido? -preguntó extrañado-. Pero, señora, su esposo no hace nada. Está siempre en su celda". "¡No trate de engañarme! -replica la mujer hecha un basilisco-. ¡El pobre me dice que toda la noche se la pasa haciendo un túnel!"... Sigue ahora el tremendo cuento que ayer anuncié aquí. Se llama: "Lo único que me falta es...". El título del relato bastaría para hacer que los moralistas recelaran de la naturaleza de la historia. Y sus recelos serían justificados, pues la narración es abiertamente sicalíptica, según verán quienes posen en ella los ojos. Las personas con escrúpulos de conciencia deben, pues, abstenerse de leer los renglones que ahora siguen... Dos argentinos se toparon en una calle de Buenos Aires después de mucho tiempo de no verse. Habían sido muy buenos amigos, de modo que grande fue su gusto al encontrarse. Era ya tarde; los restoranes empezaban a cerrar; y uno de los amigos invitó al otro a ir a su casa a beber y cenar algo. Cuando llegaron estaba ya dormida la esposa del anfitrión. Bebieron los amigos dos o tres copas -o cuatro, o cinco, o seis-, y luego el que invitaba trajo algunas viandas, y cenaron los dos con muy buen apetito. Acabado el condumio el visitante encendió un cigarrillo y dijo mientras echaba al aire una voluta de humo: "¡Estoy feliz, che pibe! ¡Comí y bebí en grande! ¡Lo único que me falta ahora es una prostituta para hacer con ella el sexo como loco!". Dijo eso en voz tan alta que el dueño de la casa se inquietó. Le dijo: "Arriba está mi esposa. Bajá la voz". "No -replica el amigo-. Bajala vos, que tenés con ella más confianza"... FIN.