Dos cartas se recibieron en esta columneja. La primera es de doña Panoplia P. di Grí, dama de la más alta alcurnia. La segunda viene signada por doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Ambas señoras supieron que hoy saldría aquí la "Fábula del asno, el león y el Lamborghini", y protestaron por la publicación de dicho cuento, al que califican de "anamórfico". Yo a mi vez protesto por ese calificativo, pues ignoro qué significa el término "anamórfico". De la etimología deduzco que se aplica a lo que no tiene forma, o que deforma. Protesto, de cualquier modo, por si las dudas. Ahora bien: mi labor de orientador de la República -y eventualmente del planeta, como es el caso de hoy- no me permite pararme en pelitriques, o sea en cosas de poca sustancia y entidad. Procedo, pues, ipso facto, incontinenti y motu proprio, a narrar la "Fábula del asno, el león y el Lamborghini"... Iba el león por un camino rural conduciendo su automóvil. Era un Lamborghini Countach LP400, con motor V12 de 500 caballos de fuerza. Incómodo, poco práctico y carísimo era ese coche, pero ofrecía el mayor lujo y el más alto precio, y fue signo de estatus en los años setenta del pasado siglo, hasta que lo sustituyó, dos décadas después, otro famoso modelo de la casa: el Diablo. Iba, pues, en su Lamborghini el león cuando escuchó quejidos. Se detuvo, y vio a un pobre asno que había caído en un pozo y no podía salir. El león tomó una cuerda, la ató a su poderosísimo automóvil, e hizo que el jumento se asiera a la soga. Luego puso la primera velocidad al coche, y con un fuerte acelerón sacó al pollino. "¡Gracias, león! -dijo el rucio, emocionado. "No es nada -contestó el rey de la selva lleno de orgullo-. Para mi Lamborghini esto es cosa de juego. Deberías tú también comprarte uno". Pasaron varios meses, y cierto día iba el burro por el campo cuando oyó quejas y lamentos. Fue hacia el lugar de donde provenían los doloridos ayes, y se encontró con la novedad de que ahora era el león el que había caído en el foso. El asno, entonces, desplegó su asinina potencia, y le pidió al león que se agarrara de ella. Hízolo así el rey de la selva, y el fuerte jumento lo sacó de un tirón con gran facilidad. "¡Gracias, burro!" -dijo el rey de la selva, conmovido. "No es nada -replicó el pollino, con modestia-. Te pido, sí, que adviertas la moraleja de esta fábula". "¿Cuál es?" -preguntó el león. Respondió el asno: "La moraleja es esta: cuando tienes lo que se necesita, para nada te hace falta un Lamborghini"... Aun atrevido -"téméraire", diría La Fontaine- el cuento que he narrado es en verdad un apólogo moral. Enseña a desdeñar los lujos y superfluidades. Si los ejecutivos de la General Motors hubiesen conocido este relato quizá no habrían llevado a la bancarrota a esa importante empresa. Se dedicaron a la producción de automóviles grandes y costosos, y no advirtieron que las armadoras europeas y asiáticas estaban fabricando modelos pequeños y económicos, que al final dominaron el mercado. Ahora la General Motors se ha declarado en quiebra. ¡He ahí las funestas consecuencias de no leer mis fábulas!... Llegó la esposa al domicilio conyugal y encontró a su marido, señor recién jubilado, en acto de coición con una estupenda morenaza. "¡Bribón! -clamó colérica-. ¡Infame, canalla, rufián, taimado, vil!". "Pero, mujer -le dice él-. Recuerda que cuando me pensioné me sugeriste que me buscara un hobbie"... FIN.