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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un político en campaña hizo alusión a su adversario en un discurso ante los electores, personas de escasa cultura. Les dijo: "No quiero hablar mal del candidato opositor, pero ¿sabían ustedes que tiene fama de extrovertido? Yo no aseguro que lo sea, pero sí puedo demostrar que antes de casarse practicó abiertamente el celibato. Y otra cosa: es conocido el hecho de que usa sustancias odoríferas. Además la prensa ha publicado que tiene aficiones filatélicas, y él no ha negado el hecho. ¿Votarían ustedes por alguien así?". "¡Nooo!" -gritaron en coro unánime los ciudadanos. Y aquel hábil político, que tan bien sabía aprovechar la incultura de la gente, derrotó aplastantemente a su rival. La democracia es muy buena, pero -como en el rancho dicen- tiene sus asegunes. H.L. Mencken, aquel supremo iconoclasta, dijo que la democracia es el arte de dirigir el circo desde la jaula de los monos. En efecto, el ejercicio democrático puede llegar a ser riesgoso si no es acompañado por la educación. Se supone que en México tenemos democracia, pero sabemos que nos falta educación. El pueblo mexicano en general no ha tenido acceso a los bienes de la cultura. La educación que en la escuela ha recibido es deficiente. Si a eso añadimos el fragoroso vocerío de la propaganda que los partidos nos asestan, nos infligen, nos encajan, endilgan y enjaretan, ya se sabrá que la confusión es grande. En ese ámbito quizá funcionará la telecracia; la partidocracia a lo mejor funcionará; pero será difícil el buen funcionamiento de la democracia. No digo esto para inquietar a la República. Lejos de mí tan temeraria idea. Lo digo a fin de señalar el peligro de que por falta de educación la incipiente democracia que tenemos nos lleve a la demagogia, que de seguro nos llevará al desastre... ¡Basta, columnista! Dices que no pretendes inquietar a la República, pero tus palabras pusieron en nosotros un ominoso calosfrío que nos corrió por la región dorsal, desde la nuca hasta no quiero decir dónde. Mejor narra un último chascarrillo, y luego vuelve al oscuro anonimato de donde nunca jamás debiste haber salido... Un agente de espectáculos supo que en cierto pueblo montañés había un tipo llamado Pete O'Forte cuya potencia erótica le había dado fama: se decía de él que era capaz de hacer el amor cien veces consecutivas, sin interrumpir la demostración ni siquiera para fumarse un cigarrito. El agente llevó al fantástico atleta a la ciudad, y anunció su prodigioso acto, que tendría lugar en un teatro. El boletaje se agotó rápidamente: mujeres y hombres por igual querían ver aquella proeza portentosa. (Abro un paréntesis para recomendarle al empresario que no lleve su espectáculo a Saltillo. En dicha ciudad lo que hacía Pete O'Forte es cosa común y acostumbrada, de modo que a nadie le interesaría esa demostración, y el teatro quedaría vacío). Llegado el día del espectáculo apareció en escena Pete. Una tras otra fue dando cuenta de las hermosas féminas que fueron contratadas para la ocasión. Llegó a la número 99, pero, agotado, no pudo ya cumplir con la última mujer. El público lo abucheó sonoramente, y un individuo de la galería gritó con estentórea voz: "¡Es maricón!". El empresario se vio obligado a devolver las entradas. "No me lo explico -le dijo Pete muy consternado-. Hoy por la tarde ensayé el acto con las 100 mujeres, y todo salió a la perfección". (¡Insensato! Si hubieras bebido un pequeño trago de las miríficas aguas de Saltillo -aproximadamente un centilitro- habrías podido hacer, aparte del ensayo, cuatro funciones por lo menos: matiné, moda, tarde y noche, y además una función de beneficio para ti. Te lo digo por experiencia)... FIN.

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