Meñico Maldotado, infeliz joven con quien mamá natura se mostró avara y cicatera, desposó a Pirulina, muchacha en flor de edad. La noche de las bodas Meñico se mostró por primera vez al natural ante su flamante mujercita. Al ver el menguado patrimonio varonil de su marido dijo ella echando mano a su cámara Instamatic: "Déjame tomarle una fotografía". "¿Para qué?" -preguntó él entre amoscado y receloso. Contesta Pirulina: "Para ver si luego la podemos amplificar". (Empeño inútil, digo yo. Imbrem in cribrum legere. Es como tratar de recoger el agua de lluvia en un cedazo. Al pobre de Meñico le diré lo mismo que dice la canción: "Trata de ser feliz con lo que tienes...")... Un cierto señor llegó a su casa y sorprendió a su mujer entrepiernada en el lecho conyugal con un desconocido. Desconocido para él, porque ella le decía: "Dale", "Síguele" y "Ahora te voy a hacer una o", tuteo del cual se infiere conocimiento previo. Al lado de la cama, en una silla, había ropas clericales: un traje negro; una camisa blanca; un alzacuello. El hombre que estaba con la pecatriz se dirigió al esposo y le dijo sinceramente avergonzado: "Keiner ist ohne Fehler. Die Liebe ist blind". Eso, en la lengua de Goethe, significa lo siguiente: "Nadie está libre de defectos. El amor es ciego". Al acabar de decir esas profundas frases el individuo tomó sus ropas de clérigo y empezó a vestirse. El marido se volvió hacia su mujer y le preguntó, furioso: "¿Qué significa esto?" "Tendrás que buscarte un traductor -respondió ella-. Desconozco la lengua germánica". "¡No me refiero a eso, vulpeja inverecunda! -bufó el hombre-. ¿Quién es este individuo?". Contesta la mujer: "¿Ya no te acuerdas? Te dije que quería comprarme un perro chihuahueño, y tú me aconsejaste que mejor me consiguiera un pastor alemán". (Avieso engaño, digo yo. Lupus pilum mutat non mentem. El lobo cambia de pelaje, pero no de intención. Diga el mitrado esposo de mi cuento lo mismo que dice aquella canción vernácula y antigua: "Por una mujer ladina perdí la tranquilidad..."... Los mexicanos no somos buenos para prevenir. Tampoco somos buenos para remediar. Para lo que somos muy buenos es para buscar culpables cuando las cosas que debimos prevenir salieron mal y no tienen ya remedio. Lo sucedido en Hermosillo es un dolorosísimo reproche a los que debieron prevenir y nada previnieron; a los que deben remediar, y seguramente nada remediarán... Tres sujetos iban en un vehículo con sus respectivas esposas, y volcaron en la carretera. Los seis fueron a dar al Cielo. Una de las mujeres se dirigió a San Pedro, el portero celestial, y le pidió que la admitiera junto con su esposo en la morada de la eterna bienaventuranza. "¿Cómo se llama tu marido?" -le preguntó el apóstol. "Etelvino" -responde la señora. "Lo siento -dice San Pedro-. No podemos admitir en el Cielo a alguien cuyo nombre hace pensar en bebidas embriagantes". Avanza la segunda esposa y pide la misma gracia. "¿Cuál es el nombre de tu marido?" -le pregunta el de las llaves. Contesta ella: "Eudoro". "Lo siento -dice San Pedro-. No podemos admitir a nadie cuyo nombre hace pensar en el oro, raíz de muchos males y eterna codicia de los hombres". Al oír aquello la tercera mujer se vuelve hacia su marido y le dice muy apurada: "Creo que vamos a tener problemas, Próculo". (Nadie es culpable del nombre que sus progenitores le pusieron. En tu caso, desventurado Próculo, se cumple por desgracia el adagio que propuso Plauto en un lacónico juego de palabras: Nomen omen. El nombre es un presagio. Te recomiendo la letra de aquella canción que dice: "Pero no hay que llorar; hay que saber perder..."... FIN.