Dijo el sesudo magistrado en el curso de su conferencia: “El proceso debe ser oral y público”. “¡Eso es inaceptable! -clamó una magistrada con indignación-. ¡Es una inmoralidad, una incivilidad intolerable, una absoluta indignidad! ¡Me opongo terminantemente a semejante escándalo!”. El conferencista se azaró. “Perdone usted, colega -preguntó lleno de confusión-. ¿Por qué no acepta usted que el proceso sea oral y público?”. “Ah, el proceso -responde apenada la mujer-. Yo oí ‘el sexo’”... El ciudadano tiene derecho a abstenerse de votar. A lo que no tiene derecho es a incurrir en abstención. Me explicaré, como dijo el estrangulador de Boston cuando le regaló a su suegra una corbata. El ciudadano puede votar por cualquier partido, pero puede también no votar por ninguno. Este último derecho, sin embargo, tiene una obligación correlativa: ir a votar. Quiero decir que su negativa a votar debe ser expresa, manifestarse en el voto. De otro modo es simple abstencionismo, omisión que atenta contra la democracia. El acto de no votar puede tener un sentido profundamente democrático. En cambio el hecho de no ir a votar es antidemocrático. En México los ciudadanos estamos enfermos ya de politiquería. Los partidos, a fuerza de imponer en todos los medios -y por todos los medios- su presencia, nos tienen hartos ya. Sabemos además lo que nos cuestan los partidos, y el peso enorme que tiene en nuestra economía esa nueva industria sin chimeneas que a tantos vivales ha enriquecido y sigue enriqueciendo: la industria electoral. Por eso ha cobrado tanta fuerza el movimiento que incita a dar un voto blanco. Yo me inclinaría más bien a dar un voto nulo, en el cual conste expresamente la negativa del ciudadano a sufragar, pues un voto en blanco puede ser objeto de manipulación. Sin embargo, al anular el voto que nos corresponde hemos de hacernos una pregunta: ¿a quién beneficiará esa anulación? Porque bien puede suceder que algún partido resulte beneficiario de mi acción, quizá aquél al que nunca daría yo mi voto. La decisión de entregar un voto en blanco, o anulado, debe ser entonces meditada con el mismo cuidado que se pone al decidir el candidato por quién se va a votar, pues muchas veces la omisión provoca mayores efectos que la acción... Esto último no me lo pude explicar, columnista. Y creo que tampoco se lo explicaría el Estagirita, o sea Aristóteles, si resucitara especialmente para eso. ¿Por qué te metes en berenjenales de política? Ahí tus pasos se enredan, o se pierden. Vuelve mejor a tu modesta artesanía, la de narrar cosas de humor lene que alivien la pesadumbre de “la hora actual con su vientre de coco” -es decir preñada de ominosos acontecimientos-, según frase del bardo de Jerez. Menciona, por ejemplo, el caso de Sury Panta, muchacha de tacón dorado. Fue a confesarse con cierto señor cura a quien le gustaba en exceso el zumo del Agave Weber Tequilana. Dijo Sury, con molestia “¡Ay, huele mucho a tequila”. Una y otra vez repitió la misma queja a lo largo de la confesión, hasta que le colmó al curita la paciencia. “¡Mira, caona! -exclamó el padre-. ¡Desde que entraste al confesionario yo sentí olor a p..., y no te he dicho nada!”... Este cuentecillo final es pelandusco. Las personas que no gusten de leer cuentecillos finales pelanduscos deben saltarse en la lectura hasta donde dice FIN... En una cantina del Salvaje Oeste aquel vaquero arrojó una moneda al aire, sacó su pistola, le disparó y le hizo un agujero. Tras soplar el cañón de su revólver dijo el cowboy, orgulloso: “Bill. Buffalo Bill”. Poco después el vaquero fue al pipisrúm, y vio ahí con asombro a un sujeto que tenía dos donde él sólo tenía una, y cuatro donde él tenía solamente dos. El sujeto advirtió la sorpresa de Buffalo Bill, y le dijo con tranquilidad: “Byl... Chernobyl”... FIN.