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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"He descubierto que mi esposa simula sus orgamos". Así le dijo un señor a otro. Preguntó el otro: "¿Cómo descubriste eso?". Replicó el señor: "Me lo dijeron seis de mis amigos"... Tenemos la misteriosa flor llamada espiritusanto, que es una orquídea en forma de paloma. Tenemos el chicalote, mágica hierba cuya infusión, mezclada con leche de mujer, sirve para curar todo mal de ojos. Tenemos la mimosa, también llamada dormilona, vergonzosa, tenvergüenza o púdica, que cierra sus pétalos cuando una mano trata de tocarlos. Tenemos la hierba garañona, por otro nombre damiana, calanca o romerillo, capaz -según se dice- de animar al más desanimado en lides de colchón. Tenemos el árbol cuatatachi -de cuahitl, "árbol", y tlatlatzin, "que truena"-, cuyo fruto, cuando madura, se rompe y estalla con fragoroso estruendo de cañón, y arroja sus semillas lejos, para que su sombra no les impida germinar. Esas semillas se llaman en la farmacopea mexicana "pepitas de San Ignacio", pues el de Loyola fue soldado. Tenemos el chintul, cuyos morados bulbos exhalan el mismo olor del sándalo, por lo que se usan para aromar roperos y baúles. Tenemos el jículi, planta venerada por los huicholes y los tarahumaras, que la llaman con el mismo nombre, aunque ningún contacto hay entre esas dos etnias tan lejanas entre sí. Quien lleve unas hojas de jículi bajo el ceñidor de la cabeza no sufrirá ataque de oso o de apache; a todos vencerá en la carrera, y alcanzará al venado cuando huya. El jículi no puede estar en las casas, pues es planta pura e inocente, y se marchita cuando ve lo que hacen el hombre y la mujer. Es regalo que Tata Dios dejó a la gente cuando se fue a los cielos, por eso nadie lo debe robar. Tenemos el macaliste, o macaliz, que posee propiedades hemostáticas, vale decir para detener el flujo de la sangre. Es muy usada por los galleros de palenque: con el pretexto de revisar si las navajas no se han aflojado en la pelea, toman al gallo que está sangrando, y disimuladamente le aplican la hierba en las heridas, con lo cual frenan la hemorragia. Tenemos el munisté, flor tan hermosa que causó una guerra. Moctezuma le pidió una planta de esa flor a Malinal, señor de Tlaxiaco, y éste se la negó. Entonces Moctezuma envió un ejército contra él. Malinal fue muerto en la batalla, y sus guerreros tuvieron que entregar la planta de la flor. Esto sucedió en 1503. Tenemos el framboyán o flamboyán (del francés "flamboyant", flamígero o llameante), conocido también como árbol de fuego o tabachín. En Oaxaca ese árbol se llama Tuxtepec, que es nombre irónico. Decía la gente que así como el framboyán se cubre primero de flores y luego de vainas, don Porfirio Díaz, que en su Plan de Tuxtepec puso muchas flores -o sea promesas-, después se volvió puras vainas, es decir engaños o mentiras. Tenemos el poleo, o yerba del borracho, que sirve para curar las crudas o resacas. Tenemos la yolosóchil, cuya flor figura un corazón. Con una sola de esas flores se puede perfumar toda una casa. Si tan rica y maravillosa flora poseemos ¿por qué no la cuidamos? ¿Por qué no preservamos el rico folclor que la rodea, y permitimos que ese tesoro de belleza y tradición se pierda? Nos parecemos a los necios que dilapidan la herencia de sus padres y entregan sólo migajas a sus hijos... Una niñita de 7 años le preguntó a su madre: "Mami: ¿cuándo tendré el busto del mismo tamaño que tú?". La señora sonríe, y le responde: "Pienso que unos 13 ó 14 años lo tendrás igual". "¿Tanto tiempo? -se desconsuela la pequeña. "Quizás un poco menos -le dice la señora-. Pero ¿por qué quieres tener ya el busto como yo? ¿Por qué te corre tanta prisa". Contesta la niñita: "Es que el sábado tengo un compromiso"... FIN.

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