Una muchacha de 20 años casó con señor de edad madura. Las amigas de la desposada le preguntaban: "¿Cómo te va en cuestión de sexo?". Respondía ella: "Estamos en tratamiento". "¿Cómo en tratamiento?" -inquirían las amigas-. Sí -explicaba la muchacha-. Él trata y yo miento"... El padre Arsilio confesaba a una señora: "¿Le eres fiel a tu marido?". Respondió la mujer: "Frecuentemente"... Siento nostalgia del tren de pasajeros. Por Saltillo pasaba El Regiomontano, que corría -así se dice- entre Monterrey y la Ciudad de México, o viceversa, según el rumbo que llevaras. Tenía tanta demanda ese servicio que era difícil encontrar boletos de un día para otro. Entonces debías comprarlos con anticipación de un mes. A menos que... En mi ciudad el boletero era un señor que alternaba en sociedad, y por eso no lo podías sobornar para que te vendiera un boleto de última hora. Podías, sí apostar con él, pues el juego es cuestión de caballeros. "Le apuesto 500 pesos, don Fulano, a que ya no hay boletos para la corrida de hoy". El señor que alternaba en sociedad sacaba uno de mero abajo, y entregándotelo por la ventanilla te decía con tono victorioso: "¡Perdió usted!". Viajar en El Regiomontano era una ceremonia, todo un rito. El tren tenía vagones Pullman, desde luego, y camerinos con literas alta y baja. Había coche comedor, y bar para que los señores tomaran la copa y fumaran cigarrillo o puro. El conductor, un señor muy serio, muy poseído de su importancia, pasaba por los vagones haciendo sonar una marimbita para anunciar que la cena estaba ya dispuesta, o el desayuno. El viaje de Saltillo a la Capital duraba 12 horas, más o menos. Subías al tren a las 6 de la tarde, y descendías de él en la estación de Buenavista a las 6 de la mañana. Eso si todo había ido bien. Si no, subías al tren a las 6 de la tarde; cenabas; tomabas una copa; te ibas a dormir a tu camerino, en tu litera; y cuando despertabas y abrías la cortinilla de la ventana del vagón mirabas un paisaje que te parecía conocido. Estabas en Saltillo todavía. Entonces el conductor -aquel señor muy serio, muy poseído de su importancia- te hacía el favor de darte a conocer que había habido un descarrilamiento en Carneros u otro lugar de nombre extraño, y que el tren no se podía mover hasta que las vías fueran despejadas. Para los niños -mis hijos, por ejemplo- viajar en El Regiomontano era una aventura juliovernesca, fabulosa. Mientras había luz se sorprendían al ver pasar los postes con rapidez vertiginosa. Luego iban y venían por los vagones. Después, tras el anuncio de la marimbita, cenaban muy formales en el coche comedor -ahora eran ellos los que estaban muy poseídos de su importancia-, y finalmente, ya cansados, se ponían la piyama y se dormían arrullados por el chacachá del tren. ¿Qué se hizo de aquel ferrocarril? El pullman y el conductor ¿qué se fizieron? Ya casi no hay en México trenes de pasajeros. Que yo sepa, subsiste sólo el espectacular recorrido que hace el Tren Chihuahua-Pacífico entre esa ciudad y Los Mochis. Todos los mexicanos, sobre todo los que conocen el Lejano Oriente y Australasia, pero no conocen México, deberían hacer ese viaje por lo menos una vez en la vida. También está el Tequila Express, uno de los mil y un atractivos que Guadalajara ofrece a quienes la visitan. En otros países el ferrocarril es medio usual para el transporte de personas. Aquí el servicio de pasajeros desapareció. No podría yo explicar las causas, pero sí puedo evocar con un suspiro de nostalgia ese perdido bien que se fue -escucha cómo se aleja el silbato de la locomotora en la distancia- para nunca más volver... FIN.