El sultán reunió a sus 50 odaliscas y les dijo con voz grave: "Perdónenme, queridas, pero en el corazón no se manda. Me he enamorado de otro harén"... Un actor de la televisión que se creía muy famoso fue a actuar en un asilo de ancianos. Se acercó a una viejecita y le preguntó con sonrisa profesional: "¿Sabe usted quién soy, abuelita?". "No -responde la anciana-. Pero pregúntele a cualquiera del personal, y se lo dirá"... Era viernes, día de ayuno y abstinencia de carne. El padre Arsilio no pudo resistir la tentación, y pidió en el restorán un jugoso sirloin término medio, sangrón. Había asomos de tormenta. En el momento en que el buen sacerdote se llevaba a la boca el primer trozo de la suculenta carne, cayó muy cerca un rayo, y un formidable trueno se escuchó. "Señor -dijo con acento contrito el padre Arsilio-. ¿Tanto escándalo por un poco de carne, y ni siquiera de la otra?"... Cierto juez de pueblo tenía su particular código de procedimientos escrito en un letrero que colgó en la pared, tras su escritorio. Decía el tal cartel: "Artículo primero: con dinero baila el perro. Artículo segundo: para los efectos del artículo anterior el perro soy yo". No sólo el perro danza al son de las monedas. También otros inventan enredadas coreografías si alguien toca para ellos esa atractiva música, la del dinero. Marta Sahagún y Vicente Fox se unieron con lo que solía ser el sagrado vínculo del matrimonio. Quiero decir que se casaron por la Iglesia. Desde cierto punto de vista nadie se los puede reprochar. Yo mismo siento el impulso de alabar el anhelo de esa pareja de consagrar su unión mediante el sacramento, para poder vivir en la comunión de los fieles y con apego a sus creencias. Lo que sí considero reprobable, y mucho, es la actitud de los jerarcas de la Iglesia que fueron capaces de anular dos matrimonios religiosos a fin de poder celebrar otro. Ya podrán esgrimir farisaicamente -eso quiere decir hipócritamente- mil especiosos argumentos, como aquel de la supuesta incapacidad mental de Fox: sus acciones no se explican sino a la luz del dinero o el poder. Los eclesiásticos que autorizaron tal unión deben preguntarse en conciencia si no habrán cometido simonía, culpa grave en que incurre aquel que compra o vende bienes del espíritu, como los sacramentos. Por mi parte yo pienso en los derechos y la dignidad de los otros cónyuges, a quienes ahora la misma Iglesia que los casó les dice que nunca estuvieron válidamente casados. En otros tiempos este matrimonio religioso, que tan alejado está de la religión, habría sido considerado un grave escándalo. Sin embargo tantos escándalos hay ahora en la Iglesia, que uno más no importa a esos clérigos que miran más a cuestiones materiales que a la preservación del depósito de la fe. Cosas como la que comento explican por qué muchos católicos se han alejado de la Iglesia, y ven en ella la misma corrupción existente en otras instituciones. Al menos éstas no presumen de tener la franquicia o representación de Dios... Una hora después de haberse registrado en el hotel llegó el huésped hecho una furia a la administración. "¿Qué clase de establecimiento es éste? -pregunta con indignación-. Cuando llegué a mi cuarto encontré ahí a un hombre armado con una escopeta de dos cañones. Me apuntó con ella, y me dijo que si no me sometía a sus perversos instintos de libídine me volaría la cabeza". "¡Recórcholis! -exclama consternado el administrador, cuyas interjecciones provenían de antiguas lecturas de los hermanos Álvarez Quintero-. Y usted ¿qué hizo?". "¿Cómo que qué hice? -rebufa con voz de trueno el individuo-. ¿Acaso escuchó usted ruido de disparos?"... FIN.
