Una señora le comentó a otra: "Estoy muy preocupada. Mi hijo el médico tiene a veces relaciones amorosas con sus pacientes". La amiga la tranquilizó: "No es el único caso". "Tienes razón -admite la señora-. Pero él es veterinario"... Aquel raro individuo llegó al bar. Llevaba una tortuga en la cabeza. El cantinero le preguntó, asombrado: "¿Por qué trae usted esa tortuga en la cabeza?". Responde el tipo: "Todos los viernes salgo de mi casa con una tortuga en la cabeza". Le dice el del bar: "Pero hoy es sábado". "¡Tienes razón! -exclama el individuo-. ¡Con razón me notaste algo raro!"... Hace años escribí esta frase: "No quiero irme al Cielo. Vivo en Saltillo". Mi querida amiga Graciela Garza Arocha, dueña de "La Canasta", el restorán de mayor tradición en la ciudad, puso aquella declaración en la puerta de su establecimiento, y eso le dio mucha popularidad. Hace algunas semanas el alcalde, don Jorge Torres López, me dijo que quería usar la frase con motivo del cumpleaños de Saltillo, que se acercaba ya. Pensé que a lo mejor podía yo encontrar otro piropo a mi ciudad amada, y le pedí un par de días para inventarlo. Se me ocurrió una serie de frases, todas con el mismo tema: "Saltillo es otra cosa". Y escribí: "Nueva York es un poco más grande, pero ¡Saltillo es otra cosa!"... "París es un poco más conocido, pero ¡Saltillo es otra cosa!"... "Venecia es un poco más romántica, pero ¡Saltillo es otra cosa!"... Y así. Al alcalde le gustó la ocurrencia, por el humor y travesura que contiene. Poco después un funcionario me llamó para pedirme que pasara mi factura por esa idea publicitaria. Al oír tamaña desmesura sentí en el corazón el filo de un puñal. ¡Cobrar yo por piropear a mi ciudad! Eso sería sacrilegio; equivaldría a pedir dinero por decir las letanías del rosario, que son piropos a la Virgen. Respondí que aquellas frases eran un obsequio mío a Saltillo en su cumpleaños, a cambio de tantos regalos que de mi ciudad y su gente he recibido. El eficientísimo director de Comunicación Social del municipio, Héctor Reyes, se encargó de dar forma a los anuncios. Y he aquí que fueron un éxito instantáneo. La gente, divertida, hizo suya la frase, y empezó a repetirla con afecto. Bien pronto se oía ya por todas partes. En "Los Pioneros", estupendo lugar donde se come una de las más insignes galas de la gula saltillera, los inefables tacos de cachete, se acercó a mí una niñita que escasamente llegaría a los 5 años, y me preguntó con vocecita tímida: "¿Usted es el señor que dice que Saltillo es otra cosa?". "Sí, yo soy" -le respondí. "¿Me da su autógrafo?". Supe en definitiva que la campaña había tenido éxito cuando un taxista me contó que había llevado a unos clientes a cierta casa de mala nota, de las de nota más buena en la comarca. Ahí escuchó a un borrachito declarar con tartajosa voz: "Las Vegas tiene mujeres muy hermosas, pero las de este lugar ¡son otra cosa!". Pensé entonces que la frase ya estaba consagrada, y que se va a seguir diciendo en el futuro. Desde luego no han faltado las críticas. Hay quienes me reprochan haber equiparado a Nueva York, París, Venecia y Roma con Saltillo, pues eso expone a tan distinguidas poblaciones a sufrir una comparación desfavorable. Para ellas todo mi respeto; pero me alegra que mis hipérboles de enamorado hayan servido para avivar aún más el cariño que los saltillenses sentimos por nuestra ciudad, y la ufanía de vivir en ella. 432 años de edad cumple hoy este solar nativo. Con un inmenso abrazo abrazo a Saltillo y a todos sus generosos habitantes, cuya bondad ha hecho que yo sea profeta en mi tierra. Ni hablar: ¡Saltillo es otra cosa!.. FIN.