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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Una hermosa doncella llegó al Cielo y pidió ser admitida en la mansión de la eterna bienaventuranza. El ceñudo portero celestial, San Pedro, le preguntó: "¿Eres virgen?". Respondió ella: "Sí". El apóstol, desconfiado, llamó a un ángel especializado en esos menesteres, y le ordenó que examinara a la muchacha. Tras auscultarla, el ángel ginecólogo rindió su informe pericial: "La joven es doncella, pero presenta siete rasguños en su membrana virginal". Declara San Pedro: "Si la tiene íntegra, eso significa que es virgen. En consecuencia puede entrar en la mansión celeste". Se vuelve hacia la joven y le pregunta: "¿Cómo te llamas?". Responde ella: "Blanca Nieves"... Los priistas saben bien que este país necesita urgentes cambios. No los veremos, sin embargo, en los próximos tres años. El PRI podría promover esas reformas desde el Congreso, cuya mayoría tiene ya, pero no querrá que los cambios se atribuyan a Felipe Calderón, y esperará al próximo sexenio -que ya ve como suyo- para iniciar las transformaciones que México requiere. En cuestión de reformas de fondo la República será, en lo que queda de esta administración, como un navío al pairo. (Navío al pairo: el que está quieto, inmóvil)... Don Abdómeno sufría mucho a causa de su obesidad. Los doctores le diagnosticaron un mal que la ciencia médica conoce con el nombre de Adiposis Orchalis, forma de hipertrofia asociada con la falta de desarrollo genital. Le recomendaron que hiciera alguna dieta. Don Abdómeno hizo cinco al mismo tiempo, pues una sola no le permitía los suficientes alimentos. Ni un solo gramo pudo bajar el infeliz; antes bien siguió aumentando más de peso. Cuando subía a la báscula se oía una vocecita que decía: "Por favor, sólo una persona a la vez". Era la báscula. ¡Pobre don Abdómeno! Su peso le complicaba mucho la existencia, incluso en el renglón sexual. Cuando hacía el amor le pedía a su esposa: "Muévete". "Pos bájate" -le contestaba ella. La gota que colmó el vaso llegó un día que don Abdómeno estaba en su automóvil, con las ventanillas del coche levantadas. Un niño le preguntó a través del cristal: "Perdone usted, señor: los vidrios ¿son de aumento?". Fue entonces cuando se decidió a ir a un spa que ofrecía curar la obesidad. La técnica del establecimiento consistía en hacer correr a los pacientes hasta el límite de su resistencia, para lo cual les ofrecía estímulos diversos. El primer día un médico llevó a don Abdómeno a la pista de carreras, y le presentó a un joven atleta que llevaba en la mano un talego lleno de billetes, con un letrero que decía: "Si me alcanzas, el dinero será tuyo". Salió corriendo el deportista. Atrás de él corrió el pobre don Abdómeno. Bien pronto hubo de detenerse, pues iba echando ya los bofes. Al día siguiente el médico le dijo: "El estímulo que le pusimos ayer fue insuficiente. Hoy le tenemos preparado uno más poderoso". El tal estímulo resultó ser una atractiva morena de estupendas curvas en cuyo bikini se leía: "Si me alcanzas haré el amor contigo". Esta vez don Abdómeno se esforzó más, pero tampoco pudo recorrer ni la décima parte de la pista: su enorme peso lo venció, y cayó derrengado en el tartán. "Empeño vano el nuestro, afán inútil -dijo el facultativo, que por esos días tomaba un diplomado en literatura española del siglo diecinueve-. Mañana pondremos en práctica con usted nuestro más potente estímulo". Cuando al día siguiente don Abdómeno llegó a la pista encontró en ella un enorme gorila de feroz aspecto. El espantable mono tenía colgado al cuello un letrero que decía: "Si te alcanzo haré el amor contigo". (¡Brrr! Hasta yo mismo, ajeno a esta historia, siento ahora el impulso de correr para ponerme a salvo del primate)... FIN.

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