Un tipo le dice a su doctor: "Cené huevos, y a media noche sentí como una patada en el hígado". "Pues le fue bien -declara el facultativo-. ¿Qué tal si hubiera cenado hígado?"... Doña Holofernes, matrona con mucha ciencia de la vida, amonestaba a sus nietas sobre los riesgos del trato con los hombres. "Si un muchacho las invita a tomar una copa -les dijo-, no acepten". "¿Por qué, abuela? -preguntó sonriendo una se las nietas-. ¿Poríamos acabar debajo de la mesa?". "No -replicó doña Holofernes-. Podrían acabar debajo del muchacho"... Sonó el claro clarín que anunciaba el principio de la corrida de toros; apareció el matador en la puerta de cuadrillas y echó atrás la cabeza en gesto gallardo de saludo. Con ese movimiento la montera se deslizó de su cabeza. Rápidamente, sin embargo, el diestro echó la mano atrás para cogerla y evitar que fuera al suelo, lo cual es signo de mal fario. "Suerte, mataó" -le dijo el peón que estaba atrás. "Grazia, ninio" -respondió el torero. Y apretando con fuerza la montera que llevaba a su espalda empezó a partir plaza al son del pasodoble de ritual: "Cielo andaluz". "Suerte, mataó" -repitió el subalterno tras el diestro. "Grazia, gachó" -dijo otra vez el matador apretando con mayor fuerza la montera. "Suerte, mataó" -insistió el peón de brega. Al lidiador le molestó ya tanta insistencia. "Menos palabras, calé -reprendió al otro sin volver la vista y sin dejar de caminar-. Ya me ha deseao usté la suerte por tres veces". "¡Que suerte, le digo, mataó! -insiste el peón hablando con dificultad-. ¡Lo que agarró no es la montera!"... Me invaden con frecuencia amagos de eso que el poeta de Jerez llamó "íntima tristeza reaccionaria". Lamento, por ejemplo, la desaparición de la URSS, del comunismo soviético y de todo aquello que se sintetizaba en el concepto de "guerra fría". En esos tiempos ya tan idos había dos potencias mundiales, y los países de América Latina, entre ellos este nuestro, aunque giraran como satélites en torno de la órbita norteamericana, podían tener coqueteos con el oso ruso para sobresaltar así al coloso del norte y hacerlo portarse bien con sus vecinos pobres -o paupérrimos- del sur. Ahora, fracasado el gran experimento marxista-leninista; desunidos los proletarios del mundo; caído el Muro de Berlín; no tenemos ya ni con quién hacer la finta, y atados de pies y manos estamos sujetos a la voluntad del todopoderoso Tío Sam. Yo simpatizo con el pueblo de Estados Unidos; admiro sus cualidades y virtudes; me gustan las hamburguesas y el hot dog; pero mantengo perpetuamente encendida una pequeña veladora para pedir a los santos del Cielo que aparezca una nueva potencia mundial de signo diferente al norteamericano, de modo que se restablezca el sano equilibrio del planeta y volvamos a los felices tiempos en que podíamos decir, siquiera fuese de mentirijillas: "¿Con quién me voy? ¿Con melón o con sandía?", y ganar así alguna pequeña concesión del yanqui. Ahora, convertido el país del Norte en única potencia planetaria, ya no somos ni siquiera -como se evidenció en el encuentro de Guadalajara- el patio trasero de nuestros vecinos... El recién casado era muy aficionado a los equipos de sonido, y por pasarse las noches trajinando con sus trebejos electrónicos descuidaba a su joven y ardiente esposa, a veces por semanas. Un día el omiso marido llegó al domicilio conyugal y ¿qué vio? ¡A su mujercita, en trato de coición con un desconocido! "No te enojes, Decibelio -le dijo ella-. A ti te gusta la alta fidelidad; a mí la alta frecuencia"... Pepito le preguntó a su mamá cómo nacían los niños. La señora trató de explicarle el milagro de la vida recurriendo al tradicional ejemplo de los pajaritos y las florecitas. Una semana después la familia de Pepito fue a una boda. El novio era flacucho y esmirriado, enclenque, raquítico y escuchimizado. La desposada, al contrario, era corpulenta, rebolluda, crasa y dueña de ubérrimo tetamen y prominente nalgatorio. Pepito le dijo en voz baja a su mamá: "Se me hace muy poco pajarito para tamaña floresota"... FIN.
