Un norteamericano fue a París. En su primera noche en la Ciudad Lux (así ha sido bautizada recientemente la hermosa capital de Francia) acudió a una casa de diversión. Para saber si aceptaban ahí tarjetas de crédito le preguntó a una de las chicas: “¿American Express?”. Respondió ella: “Chéri, si así lo quieres lo haré tan aprisa como pueda”... Decía un individuo: “Mi esposa es un objeto sexual”. “¿Cómo es eso?” -se asombra uno. Explica el tipo: “Siempre que le pido sexo, objeta”... La muchacha invitó a Babalucas: “Ve hoy por la noche a mi casa, Baba. No habrá nadie”. Fue Babalucas. Y, en efecto, no había nadie... El petrolero texano llegó al Banco Mundial y dijo: “Vengo a pedir un préstamo”. “¿Cuánto quiere? -le preguntaron. Replicó el texano: “¿Cuánto tienen?”... Un individuo llegó al bar. Vio a un ebrio que yacía sin sentido en el suelo, al pie de la barra, y le pidió al cantinero: “Dame lo mismo”... El antropófago y su hijo fenecían de hambre. Y es que ya no iban misioneros a la selva; no había exploradores, y los cazadores blancos escaseaban cada vez más. Un día salieron de excursión en busca de alguna presa humana. Caminaron varias jornadas sin encontrar ninguna. Ya iban a darse por vencidos cuando llegaron a una pequeña laguna en cuyas quietas y transparentes aguas nadaba una hermosísima mujer de nacarada piel y rubia cabellera. Sus ebúrneos encantos resplandecían al sol, y sus esculturales formas eran la síntesis de todas las bellezas. “¡Al fin, padre! -exclamó lleno de gozo el caníbal joven-. ¡Ya tenemos algo qué comer!”. “¡Qué comer ni qué nada! -replicó vehementemente el antropófago papá-. La voy a capturar; vamos a regresar a la aldea, y nos vamos a comer a tu mamá”... Con energía y decisión el Presidente de la República ha hecho frente al problema de la inseguridad. Eso es muy encomiable; en tal sentido Calderón merece el reconocimiento y -más importante aún- el apoyo de todos los mexicanos. El problema es que en ese solo tema, el de la inseguridad, se ha centrado toda la atención del régimen calderonista. Y hay otras cuestiones capitales -la de la economía principalmente- que no han tenido la atención debida. Parece que en el país todo se reduce a delincuencia y política, dicho sea sin ánimo de equiparar esos dos ramos de la actividad nacional. Y por desgracia todo indica que así seguiremos hasta que llegue a su término este sexenio, si es que no ha llegado ya... El médico examinó a doña Gorgolota, y luego fue con el marido de la señora, que esperaba afuera. Le dice con voz grave: “No me gusta nada el aspecto de su esposa”. Contesta el hombre con tono igualmente sombrío: “Ya somos dos, doctor”... Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, tenía un novio rico que la llenaba de regalos. Un día se le apareció el galán y le dijo lleno de abatimiento: “Estoy arruinado, Nalgarina. Todo lo perdí: mi penthouse en Nueva York; mi villa en la Toscana; mi departamento en París. Y eso es lo de menos: perdí también mi casa de Saltillo. Aunque vendí todos mis coches: mi Rolls, mi Ferrari, mi Alfa Romeo, mi Maseratti, mi Lamborghini; aunque me deshice de mi colección de cuadros: el Picasso, el Dali, el Miró, el Gris, el Braque, no pude reunir lo suficiente para pagar mis deudas. Estoy en bancarrota. No tengo ni un centavo. ¿Dejarás por eso de quererme?”. “¡Claro que no! -protesta Nalgarina-. ¡Te seguiré amando hasta el último día de mi vida, aunque ya no vuelva a verte!”... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, hablaba de un amigo suyo, señor de cierta edad. “Podrá haber invierno en sus canas -decía de él-, y otoño en su rostro , pero lleva en la mente y en el corazón un cálido verano”. Comenta la señorita Himenia: “A mí me gustan con mucha primavera más abajo”... FIN.
