Un sujeto llegó a su casa y sorprendió a su mujer en brazos de cierto amigo suyo. Sacó un revólver y disparó sobre el amante, al que dejó bastante muerto. Le dice la señora en tono de reproche: "Ay, Corneliano: si sigues así vas a quedarte sin amigos"... La esposa de Capronio le pidió que hablara con su hijo acerca de lo que hacen las abejitas y los pajaritos. El incivil sujeto sentó al adolescente frente al televisor, puso una película porno, y luego le dijo: "Mira: eso mismo hacen las abejitas y los pajaritos"... Recorrí el Valle de Texas en gira de peroraciones, y en el viaje vi dos letreros que me llamaron la atención, el uno por su gracia, el otro porque expresa una desgracia. El primero, a la entrada de un motel de los de corta estancia, decía así: "Sea usted original. Venga con su esposa". El segundo, en la puerta de una tienda de artículos escolares, proclamaba: "Regreso a clases: 24 de agosto. Inútil toda resistencia". El primer letrero, el del motel, me hizo sonreír. El segundo me hizo reflexionar. Aunque el cartel quería ser gracioso, en el fondo expresaba una triste realidad: para muchos niños y jóvenes -y también para muchos profesores- el acto de ir a la escuela es un penoso sacrificio. Gran número de estudiantes van a clases porque sus padres los envían, porque tal es la costumbre impuesta por la sociedad. Y no son pocos los maestros que van a su trabajo por dos razones solas: el día 15 y el día último. Lástima grande es esa, pues una escuela, cualquiera que sea, desde el jardín de niños hasta el último grado de la universidad, es una de las más bellas comunidades humanas que se puede hallar. He aquí que un grupo de personas se reúne para cumplir la tarea de enseñar y aprender. Una generación transmite a otra los conocimientos acumulados por las generaciones anteriores, y la prepara a fin de que preserve, aumente y mejore ese caudal. Así las cosas, el buen maestro es alguien que toma el pasado y lo convierte en futuro. Su tarea, si la realiza bien, está destinada a perdurar. Ser maestro es un hermoso privilegio. Sucede, por desgracia, que se ha querido hacer de la enseñanza solamente una técnica, y no lo es. Enseñar es un arte, no una ciencia. Las herramientas de la didáctica pueden ayudarnos a informar, pero no servirán para formar. Y en eso consiste fundamentalmente la educación: no en hacer que el educando aprenda datos que olvidará al día siguiente del examen, sino en contagiarle el amor al conocimiento y el entusiasmo por saber. Si amamos la materia que impartimos, si transmitimos ese amor a nuestros estudiantes, ellos seguirán aprendiendo el resto de su vida, y nosotros seguiremos acompañándolos muchos años después de que salieron de la escuela. La enseñanza de cualquier materia, por árida que sea, puede volverse interesante, y aun amena, si el maestro ama su asignatura y la conoce; si siente afecto y preocupación por sus alumnos, y si no ve su tarea como ejercicio de poder, sino como obra de profundo contenido humano. No seamos ganapanes de la educación: seamos maestros verdaderos. De ese modo la escuela no será un sacrificio para nuestros alumnos, ni para nosotros... Largo has meneado la pluma, escribidor, y en renglones que son ajenos a tu oficio. Narra ahora un chascarrillo final que nos alivie la pesadumbre de la solemnidad... Simpliciano, piadoso joven, casó con Pirulina, muchacha con bastante ciencia de la vida. La noche de las bodas ella salió del baño y encontró a su flamante marido de rodillas junto al lecho, haciendo oración. "¡Señor! -rezaba devotamente-. ¡Dame fortaleza y guía!" Le sugiere Pirulina: "Tú pídele fortaleza, Simpliciano. De guiarte me encargo yo"... FIN.