Aquel señor tenía problemas para satisfacer a su esposa en el lecho conyugal. El médico le recetó un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo. Horas después el galeno recibió una llamada telefónica. "Doctor -le dijo el hombre-: me tomé el agua, pero no sé si funciona o no. Mi esposa trabajó en su oficina hasta muy noche". "Señor -se desconcierta el médico-, hay otras mujeres". Responde el tipo: "Con otras mujeres no necesito las miríficas aguas de Saltillo"... Un amigo mío dice que sabe de mujeres. Pero acota: "Cuando digo que sé de mujeres, lo que en verdad estoy diciendo es que sé que no es posible saber nada acerca de las mujeres". Yo pienso que no es necesario saber nada de una mujer para adorarla. Cuando me enamoré de la mía no sabía absolutamente nada acerca de ella, ni siquiera su nombre. Medio siglo ha pasado ya desde que la conocí; hemos vivido juntos todos estos años, y creo que aún no sé nada acerca de ella, aparte de su nombre. Y es que amor no implica conocimiento. Puedo muy bien imaginar el caso de una pareja que vive feliz toda la vida. Le llega al hombre el día de irse de este mundo. Con el último aliento le toma la mano a la mujer con quien vivió desde la juventud y le pregunta: "Y a propósito: ¿quién eres?". Todo este prolegómeno me sirve para anunciar que mañana diré aquí "Las diez cosas que el hombre sabe acerca de la mujer". ¡No se pierdan mis cuatro lectores esa interesantísima y útil información!... Todo parece salirle mal al Presidente. Su programa para recoger la chatarra que en forma de vehículos anda rodando por el País no dio buen resultado, entre otras causas porque nadie sabe qué hacer con la chatarra que se recogerá. Sugiero que la administración calderonista haga un "Programa para Hacer Bien los Programas que el Gobierno Federal Programa". Únicamente así podrá evitarse el fracaso de programas como éste de la Renovación Vehícular, que se desprograman solos en el momento mismo de empezar... Viene ahora un cuento de color rojo carmesí. Lo leyó el reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que postula que el adulterio sólo es pecado cuando se descubre), y fue víctima de un súbito ataque de vólvulo, que así se llama en Medicina al retorcimiento anormal de las asas intestinales. Las personas que no deseen ser víctimas de un súbito ataque de vólvulo, sáltense en la lectura hasta donde dice "FIN"... Un individuo vio en la puerta de cierto discreto localito un pequeño letrero que decía: "Masajes integrales para caballeros. Atención personal de Mademoiselle Fifí". Movido por eróticos impulsos entró en el coqueto despachito, y fue recibido por la lindísima Fifí, que lo condujo a un budoir en penumbra, aromado por perfumes de sándalo que despedía un pebetero. Ahí la voluptuosa joven le pidió al sujeto que se desnudara, se tendiera boca arriba en una acogedora cama de masajes, y se cubriera lo que había que cubrir con un lienzo de suave terciopelo, para lo cual lo dejó solo. Hizo lo conducente el individuo; regresó la muchacha y empezó con sabia lentitud a frotar morosamente el cuerpo de su cliente. Aquel sensual masaje; la morbidez del ámbito; los deseos carnales contenidos; todo se conjuró para hacer que el hombre mostrara la evidente seña de la excitación que aquello le causaba. Vio eso Mademoiselle Fifí, y dijo con una sonrisa cómplice al señor: "Caray, monsieur; esto no se puede quedar así. Habrá que hacer algo al respecto". Así diciendo salió del budoir, y cerró tras sí la puerta. Pensó el hombre que la muchacha había ido a aligerarse la ropa; a ponerse algún atuendo más provocativo que el uniforme blanco que llevaba, y aguardó su regreso lleno de lúbrica ansiedad. Pasaron cinco minutos; diez. En eso se abrió la puerta, asomó la cabecita Mademoiselle Fifí y le preguntó al sujeto: "¿Ya terminó?"... FIN.