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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Feblicio tenía problemas de alcoba: a la hora de la verdad no podía ponerse a la altura de las circunstancias. Sin decirle nada, su esposa fue a consultar a un médico, y éste le dio un frasco de pastillas. "Hoy por la noche -le dijo- ponga dos en una taza de leche tibia, y désela a su marido". Llegada la hora de ir a la cama la señora preparó la poción, pero por si las dudas añadió a la dosis seis pastillas más. Luego, para fortalecerse ella también, se tomó una taza de leche con ocho de aquellas pastillas. Ya en el lecho, don Feblicio, que estaba muy tranquilo leyendo una revista de mecánica, se encabritó de pronto, y lleno de agitación, revolviéndose con urentes ansias de pasión carnal, profirió frenético: "¡Quiero una mujer! ¡Quiero una mujer!". Su esposa escuchó aquello, y al oírlo entró en el mismo estado de ansiedad febril. Gritó: "¡Yo también !¡Yo también!"... El niño del vecino fue con Capronio, que veía la tele en la sala. "Señor -le preguntó-: los marcianos ¿son buenos o son malos?". "No lo sé, ni me importa -respondió el incivil sujeto-. ¿Por qué me lo preguntas?". Contesta el niño: "Porque en el jardín de su casa aterrizó un plato volador, y los marcianos se llevaron a su suegra". "Ah -dice Capronio-. Entonces son muy buenos"... Comentaba una joven mujer: "El hombre debe ser como el café: fuerte, sabroso, muy caliente, y tenerte despierta toda la noche"... Mercuriano Patané, agente viajero, conoció en el bar del hotel a una dama de ubérrimo tetamen y abundoso traspuntín. La invitó a tomar algo, y ella pidió champaña, del mejor. Tragó saliva Mercuriano, pues no era pródigo en sus invitaciones, pero apechugó con la esperanza de obtener después el fruto de la inversión que hacía. Lo obtuvo, ciertamente: después de seis o siete champañazos la exuberante fémina aceptó ir con él a su habitación. En la administración del hotel dijo Mercuriano, para guardar las apariencias, que la señora era su esposa, y que ahora estaría con él en su cuarto. "Si hay algún cargo -le ordenó con ademán munífico al gerente- póngalo en mi cuenta". Aquella noche Mercuriano corrió el mejor de los caminos, montado en recia yegua percherona de fuerte pecho y poderosa grupa. Quizá mi pluma alcanzaría a describir los lúbricos deliquios que la sabia mujer hizo gozar al venturoso agente; pero hoy es domingo, y no voy a profanar el día con salacidades. (Cuando un nevero inventó la rica combinación de helados que llamamos "sundae", la iba a bautizar con el nombre "Sunday", pues en domingo se le ocurrió la afortunada idea. Un furibundo coro de pastores protestantes, sin embargo, le exigió que no usara para designar su fruslería el santo nombre del día consagrado a Dios. De ahí el eufemismo "sundae". ¿Acaso voy yo a ser menos que el nevero? Seguiré, pues, mi relato, pero sin mencionar las infinitas voluptuosidades que Mercuriano disfrutó en compañía de aquella mesalina graduada en ciencias de erotismo). Al día siguiente, tras despedirse de la doña, fue Mercuriano a liquidar la cuenta del hotel, porque debía continuar su viaje. Cuando el cajero se la presentó, el infeliz quedó espantado. ¡La cuenta era descomunal! "¿Por qué tanto? -protestó Mercuriano-. Sólo pasé aquí una noche". "En efecto, caballero -le respondió el empleado-. Pero su esposa ya tenía con nosotros más de un mes". (Cuán aleccionadoras son las palabras del sabio fabulista: "Así, si bien se examina, / los humanos corazones / perecen en las prisiones / del vicio que los domina". Nada tengo qué añadir a tan profunda reflexión)... FIN.

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