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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Te vimos anoche haciendo el amor con tu mujer -le dijeron a Babalucas sus amigos-. Deberías apagar la luz: lo que vimos a través de las cortinas de tu alcoba deja muy corto al Kama Sutra". "A mí no me vengan con regaños -replica con enojo el badulaque-. Anoche ni siquiera estuve en mi casa"... Doña Blasona y su amiga doña Panoplia, damas de sociedad, viajaron a una ciudad colonial, y contrataron a un cochero para que las paseara en su carrito de caballos. Panoplia se indignó al ver que el hombre azotaba con un látigo las ancas del jamelgo. "Oiga, buen hombre -le dice disgustada-. ¿No hay otra manera de hacer que su caballo ande?". "Sí, señora -responde el auriga-. También le puedo pegar en los éstos. Pero eso lo reservo para cuando vayamos cuesta arriba"... Yo amo a esa giganta temible y adorable que es la Ciudad de México. Lo que más amo de ella es su ombligo, quiero decir su Centro Histórico. En él viví, en la calle que don Celestino Gorostiza, autor de teatro, decía que llevaba su nombre: Donceles. Me hospedaba en el departamento de una señora en edad paleontológica que se vestía de amarillo, se maquillaba en rojo y se pintaba el pelo con todo el espectro de Newton y con otros colores de su propia invención. "Fui tiple, entiéndaseme bien; no vicetiple" -repetía en monótono estribillo. Un día la señora amaneció maquillada en color cera. La muerte la había maquillado. Mis años de estudiante transcurrieron en ese deslumbramiento que era para mí -y sigue siendo- el corazón de la Capital de mi país. Viví con intensidad su vida, vida de cafés de chinos, de teatros porno cuya pornografía llegaba hasta la liga de las medias negras, de ínclitas cantinas que tenían casi la misma edad de la República, de piqueras a donde iba la crema de la intelectualidad, de taquerías beneméritas -calle de San Juan de Letrán- en las que el tema del puerco tenía infinitas variaciones: maciza, trompa, oreja, cuerito, cachete, nana, buche y nenepil; pequeñas fondas- "Sabor, Economía y Higiene"- que vendían quesadillas de todo, hasta de queso, con una limonada de fresa. Y librerías de viejo, insignes catedrales del saber en las cuales podías, por un peso, comprar lo mismo "Los Anales" de Tácito que "Flor de fango", de don José María Vargas Vila. Conocí el Centro Histórico antes de conocerlo, en lecturas de Valle Arizpe y González Obregón. Y cuando por primera vez fui por sus calles sentí como si ya las hubiese caminado muchas veces. Por eso me hago uno más de los suscritos que abajo firman al calce de este escrito, y aplaudo de corazón, y doy mi apoyo, a la certera iniciativa de don Jacobo Zabludosky en el sentido de que se forme una nueva delegación del Distrito Federal que entienda solamente de ese Centro Histórico, parte tan especial, y tan distinta de las otras que forman la ciudad. Pocos mexicanos conocen el corazón de México como don Jacobo, y pocos lo aman como él. Su voz debe ser escuchada y atendida... Rosilita, ya se sabe, es el equivalente femenino de Pepito. Un día la vecina le preguntó: "Dime, pequeña: ¿qué vas a hacer cuando seas grande como yo?". "Dieta" -respondió la chiquilla... Un joven macilento llamado Onanito Pulseras llegó a un bar y pidió dos tequilas. Uno se lo bebió; el otro lo derramó en la palma de su mano derecha. Pidió otros dos tequilas, y repitió la acción. El cantinero, intrigado, le pregunta: "Oiga, amigo: ¿por qué hace eso?". Responde Onanito con belicoso acento: "¿Acaso no puedo ofrecerle una copa a mi pareja amorosa?". (No le entendí)... FIN.

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