Están ya designados los siete pastores, perdón, coordinadores parlamentarios, de los tres partidos grandes y morralla adicional: Josefina Vázquez Mota por el PAN; Alejandro Encinas por el PRD; Juan José Guerra por el Partido Verde; Pedro Jiménez León por Convergencia; Reyes Tamez por el Panal; Pedro Vázquez González por el PT, y Carlos Salinas de Gortari, perdón, Francisco Rojas, por el PRI... Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, leyó el cuento que sigue, y su impresión fue tal que sufrió un accidente súbito de mal de San Vito. ¿Quién fue ese famosísimo San Vito a quien no conoce nadie? Pocos datos existen sobre él. Se le llama también San Guy, o Guido, y su fiesta se celebra el 15 de junio. Fue mártir; vivió en el siglo cuarto, y se hizo muy popular en la Edad Media como patrono de quienes sufren el mal que desde entonces ya se conocía con su nombre. En Medicina esa enfermedad es llamada "corea". Sus manifestaciones son las que mostró doña Tebaida cuando leyó el vitando chascarrillo que vendrá en seguida: contracciones musculares clónicas e irregulares, trastornos mentales, irritabilidad y depresión. Si alguno de mis cuatro lectores no quiere padecer mal de San Vito, absténgase de leer este relato... Salacio, hombre muy diestro en artes de erotismo, casó con Rosilí, doncella que nada conocía de "esas cosas". La noche de las bodas él la instruyó delicadamente sobre lo que iba a suceder, y empleó para esa enseñanza un símil penitenciario. Le dijo a la candorosa joven: "Yo tengo una partecita aquí; tú tienes otra ahí. A mi partecita la vamos a llamar "el preso"; a la tuya la llamaremos "la prisión". Lo que voy a hacer ahora es poner el preso donde debe estar: en la prisión". Así lo hizo Salacio, y aquel acto de justicia le gustó mucho a Rosilí, tanto que terminado el trance le dijo con rubor a su flamante esposo: "El preso escapó de la prisión, mi vida. ¿Por qué no lo pones de nuevo en su lugar?". Salacio, orgulloso de que su habilidad de carcelero hubiese satisfecho a su ingenua mujercita, obsequió la petición, y el preso cumplió por segunda vez sentencia. Se disponía a descansar Salacio, pues nunca en su vida había pasado de dos encarcelamientos, cuando Rosilí le dijo con dulzura y timidez: "Mi cielo: otra vez está afuera el prisionero. Te pido que lo pongas en donde debe estar". Salacio sacó fuerzas de flaqueza (y de cortedad), y con fatigas consiguió obsequiar el deseo de su joven esposa, que al parecer le había tomado gusto al hecho de tener ocupada la prisión. Exangüe y agotado quedó Salacio luego de esa encarcelación -tercera ya-, y se volvió de espaldas, pensando en dormir 12 horas por lo menos, pues sólo así podría retornar a su ser natural, desvaído por aquel impensado tour de force. Pero apenas empezaba a conciliar el sueño cuando sintió que lo movía Rosilí. "Salacio -le dijo la muchacha-. No veo al prisionero, y está vacía la cárcel. Pon otra vez al prisionero en la prisión". "¡Por Dios, mi vida! -gimió Salacio con el último aliento que guardaba-. ¡Si no es prisión perpetua!"... ¡Con qué poco te cansas, lacerado! ¿Después de sólo tres combates arrías la bandera del amor? Si hubieses tomado aunque fuera un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo habrías podido consumar no digo ya una prisión perpetua, ni dos o tres, como hiciste con riesgo casi de perder la vida, sino seis o siete, y con toda naturalidad, sin despeinarte. Tan apenado estoy por tu escasa capacidad sentenciadora que mejor paso a retirarme... FIN.