Capronio, ruin sujeto, conoció a una linda muchacha en el bar, y después de invitarle un par de copas logró que ella aceptara ir con él a su departamento. En menos que tardo en escribirlo -y escribo con mucha rapidez- ya estaban en la cama, entregados al erótico "in and out" que dijo Anthony Burgess. De pronto Capronio suspendió sus lúbricos meneos, y a bocajarro le preguntó a la chica: "¿Tienes alguna enfermedad venérea?". "Claro que no -respondió ella, asombrada-. ¿Por qué me lo preguntas precisamente ahora?". Contesta el tal Capronio: "Porque la muchacha con la que estuve anoche sí tenía una enfermedad venérea, y no me lo dijo sino hasta que ya era demasiado tarde"... Don Martiriano, el esposo de doña Jodoncia, comentó en la oficina: "Llevo un mes sin hablarle a mi mujer". Le preguntaron: "¿Por qué?". Explica don Martiriano: "Es que se enoja si la interrumpo"... Me gustan casi todos los deportes, incluidos el highball y el box spring. Sin embargo, el único del cual soy gran fanático es el beisbol. Lo llevo como parte de la herencia que me dejó mi padre, y lo llevo también porque nací en Saltillo, y mi ciudad ha sido siempre beisbolera. Estamos de fiesta ahora los saltillenses, y quiero compartir con mis cuatro lectores ese júbilo. Después de 40 años de espera, y tras haber perdido seis veces en la serie final, los Saraperos conquistaron por fin el gallardete de la Liga Mexicana de Beisbol. La nobleza de los aficionados, su larga fidelidad, la confianza en que alguna vez se alcanzaría el anhelado título, terminaron con aquel mote burlesco que cargábamos como pesada lápida: "los ya merito". Desde aquí va un aplauso interminable a los peloteros, que por su calidad, entrega y unidad lograron esa victoria sobre los extraordinarios Tigres de Quintana Roo. El mismo aplauso envío a los dueños y directivos del equipo, a su mánager y coaches, a todo el personal. Pero el mayor reconocimiento es para los aficionados, queridos paisanos míos saltilleros, por no haber perdido la fe nunca. Con su tenaz apoyo a los Saraperos acabaron para siempre con aquel irritante "ya merito": le quitaron el "merito", y lo dejaron en un contundente y lapidario "¡Ya!"... Astatrasio Garrajarra, ebrio perseverante, llegó a su casa, como siempre, en horas de la madrugada, y más borracho que marino en puerto. Su esposa, hecha una furia, no le quería abrir la puerta. "¡Abre por favor, paloma mía! -rogaba el temulento-. ¡Abre, alondra de la mañana, gaviota hermosa, dulce torcaza volandera, golondrina que tienes dulce nido en el alero de mi corazón!". A la señora la conmovieron aquellas líricas expansiones, y finalmente abrió la puerta. Le dice el borrachón al tiempo que entraba: "¿Por qué tardaste tanto en abrir, urraca méndiga?"... El patrullero de caminos vio a la orilla de la carretera a un individuo cubierto de tierra de la cabeza a los pies, y que parecía presa de la desesperación. Detuvo su vehículo y fue hacia él. "¿Qué le pasa, señor?" -le preguntó. "Mire en el fondo del barranco" -respondió el sujeto. El oficial vio abajo un automóvil completamente destrozado. "Es una pena, señor -le dice al hombre-. Su coche era último modelo, y de lujo. Pero después de todo usted salvó la vida, y eso es lo que importa". "Mire adentro del coche" -pidió el otro con acento sombrío. Fue el patrullero: dentro del coche estaba una mujer sin vida. "Es una desgracia, señor -le dijo el oficial al individuo-. Pero repito: usted está con vida. Prácticamente no sufrió ni un rasguño". Le solicita el hombre con acento más sombrío aún: "Mire lo que ella tiene en la mano"... FIN.