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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Hubo indundaciones en toda la comarca. A bordo de lanchas un numeroso grupo de campesinas y campesinos fueron llevados a un albergue. Valiéndose de un magnavoz les pregunta una trabajadora social a los damnificados: "¿Hay entre ustedes alguna mujer embarazada?". "¡Claro que no! -responde una-. ¡Todavía ni nos secamos!"... La joven señora contrató a un albañil para que pintara las paredes interiores de su casa. El marido, ignorante de que la recámara ya había sido pintada, puso inadvertidamente la mano en la pared, y la dejó marcada. Cuando llegó de nuevo el pintor, la señora le dice: "¿No quiere ir a la recámara, para enseñarle dónde puso la mano mi marido anoche?". "Claro que sí, señora -acepta de inmediato el hombre-. Pero ¿no está su marido?"... El médico le pide a su recepcionista: "Ya no me pase más pacientes, por favor". "Solamente queda una persona -le informa ella-. Es una muchacha con un par de chichones tremendos". "¿De veras? -se interesa el galeno-. Entonces pásemela inmediatamente". Acabada la consulta se retira la paciente. El facultativo va con la recepcionista y le ordena, mohíno: "Rosilí: la próxima vez use la palabra 'hematoma'"... Yo también tengo esqueletos en el clóset. Cosas oscuras hay en mi pasado, cosas que me avergüenzan, y que quisiera jamás fuesen sabidas. Una de ellas es ésta, que hoy confieso lleno de rubor: participé en concursos de oratoria. Tan mal orador era que llegué a campeón. Lo fui en el Ateneo Fuente, mi colegio preparatoriano. En su bello Paraninfo los ateneístas, adalides del libre pensamiento, nos enfrentábamos en épicos torneos a las huestes de la derecha ultramontana. En cierta ocasión pronuncié un discurso arrebatado acerca de Sor Juana. La describí en erótico deliquio frente a la imagen de "un Cristo hermosamente desnudo". Las huestes derechistas empezaron a abuchearme, a silbar y patear con ira de cruzados. Calmadamente me volví al sacerdote que comandaba a las falanges de la fe y le dije: "Padre: apaciente su rebaño". Con el tiempo me curé de aquellos virus de retórica. Supe entonces que un orador es alguien que ni dice lo que piensa ni piensa lo que dice. Venturosamente la oratoria ha pasado de moda, y forma parte ya de los trebejos del pasado. Por eso me preocupé cuando alguien calificó de "discurso" al Informe leído en el Palacio Nacional por Felipe Calderón. La finalidad principal de los discursos es no decir absolutamente nada. Lo que dijo el Presidente fue un catálogo de buenas intenciones que no podrán cumplirse ya. Las fuerzas políticas de México están muy divididas. Así lo mostraron los asistentes al acto, y quienes no asistieron a él. De eso, de la debilidad del régimen, y de la escasa fuerza del partido que apoya a don Felipe derivará que ninguno de los propósitos presidenciales tenga cumplimiento. Lo único que nos queda hacer es esperar otros tres discursos del Presidente Calderón... El gerente de la empresa vacilaba en comprar una computadora. Lo anima el vendedor: "Hágale a la máquina cualquier pregunta". Teclea el gerente: "¿Dónde está mi padre". "Está pescando" -responde inmediatamente la computadora. "La máquina no sirve -dice el gerente con risita burlona-. Mi padre murió hace 10 años". Sugiere el vendedor, desconcertado: "Hágale la pregunta de otro modo". Teclea otra vez el hombre: "¿Dónde está el esposo de mi madre?". Responde la computadora: "Murió hace 10 años. Tu padre está pescando"... Un comerciante fue con el oftalmólogo y se quejó: "Doctor: se me juntan las letras". "Pues páguelas" aconsejó el especialista... Himenia Camafría, madura señorita soltera, pedía frente al altar con angustiada voz: "Diosito: tú sabes bien que nunca pido nada para mí. Pero ¿por qué no le mandas a mi pobre madre un yerno?"... Dos señoras conversaban acerca de sus respectivos maridos. Dice una: "El mío, cuando regresa del trabajo, llega siempre muy caliente". "¿De veras? -se interesa la otra-. ¿Es muy ardiente, muy sensual, muy erótico?". "No -explica la señora-. Es bombero"... Bustolina Grandchichier, vedette de moda, le dice a su maduro galanteador en la terraza del jardín: "Si viera usted, don Algón, cómo me pone romántica la lana. Digo, la luna"... La mamá de Pepito le advirtió que a los niños que se chupan el dedo se les infla la panza. Poco después llegó la tía del niño, que estaba enferma de gustos pasados, o sea embarazada. Le dice con severidad Pepito: "Ya sé lo que hiciste para estar así"... FIN.

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