Don Cornulio llegó a su casa y sorprendió a su esposa en trance de fornicación con un sujeto. Hecho una furia le pregunta al hombre: "¿Quién es usted?". La señora se vuelve hacia el individuo y le dice con severidad: "La pregunta de mi marido es pertinente, caballero. Díganos: ¿quién es usted?"... Dulcilí, muchacha que leía novelas románticas, se dirige a Libidiano, maestro en ciencias lúbricas. "Lo siento -le dice con acento dramático-. ¡Jamás podrás entrar en mi corazón!". "Despreocúpate, linda -contesta el ruin galanteador-. No es ahí donde quiero entrar"... Yo practico una especie de sano escepticismo. No creo todo lo que me dicen. (Tampoco creo todo lo que digo yo). Mi escepticismo, claro, no llega al extremo que alcanza un cierto amigo mío. Alguien le preguntó una vez, solemnemente: "¿Crees en el más allá?". Respondió él: "¿Cómo puedo creer en el más allá, si ni siquiera creo en el más acá?". Yo sí creo en el más allá, pero para mí el más allá es todo el territorio comprendido fuera de Saltillo. Esa duda metódica, que me lleva a dudar hasta de mis dudas, me hace dudar también de la eficacia de los recientes cambios hechos por el Presidente Calderón. Me parecieron cambios cosméticos, algo para calmar a quienes piden cambios porque las cosas ya no pueden continuar así, y que luego ya no dicen nada cuando las cosas continúan así. No quiero pecar de pesimista, aunque sé bien que los pesimistas casi siempre tienen la razón, pero me temo que con estos cambios nada cambiará. Y mejor cambio de tema, para que algo cambie... Dulcilí, muchacha ingenua, le dice a su instructor de natación: "¿De veras me ahogaré si quitas la mano de ahí donde me la tienes puesta?"... Un individuo llegó con el siquiatra. Se veía desesperado. "¡Necesito que me ayude, doctor! -le dijo con angustia-. ¡No tengo éxito con las mujeres! ¡Al hablarles me entra un temblor incontenible, y no les puedo decir nada!". Le indica el analista: "A partir de mañana póngase frente al espejo una hora cada día, y repita una y otra vez estas palabras: 'Soy un hombre audaz, seguro de sí mismo y con gran atractivo varonil. Las mujeres me encuentran irresistible. Soy un don Juan'. Verá que con eso su vida cambiará". Un mes después el hombre regresó. Se veía más angustiado aún que la primera vez. "¿No dio resultado mi consejo?" -pregunta el analista. "Funcionó muy bien -responde el tipo-. Todas estas semanas he hecho el amor con las mujeres más hermosas de la ciudad. Pero me angustia otro problema. Dígame, doctor: ¿qué hago ahora con mi esposa?"... En el jet de la Aerolínea Interoceánica viajaba una señora con su hijito. De pronto el pequeño le pregunta: "Mami: si los perros tienen perritos, y los gatos tienen gatitos, y los conejos tienen conejitos, y los borregos tienen borreguitos, y los caballos tienen caballitos, y los elefantes tienen elefantitos, y los pájaros tienen pajaritos, y los peces tienen pececitos ¿por qué los aviones no tienen avioncitos?". La señora, con ganas de dormir y sin deseos de hablar, le dice para quitárselo de encima: "Ve y pregúntale eso a la azafata". Ni tardo ni perezoso el chiquillo va con la muchacha, que estaba muy ocupada preparando las viandas que serviría a los pasajeros, y le pregunta: "Dígame, señorita: si los perros tienen perritos, y los gatos tienen gatitos, y los conejos tienen conejitos, y los borregos tienen borreguitos, y los caballos tienen caballitos, y los elefantes tienen elefantitos, y los pájaros tienen pajaritos, y los peces tienen pececitos ¿por qué los aviones no tienen avioncitos?". Le pregunta a su vez la chica al niño: "Tu mamá te dijo que me preguntaras eso ¿verdad?". "Así es" -responde el chamaquito. "Muy bien -dice la muchacha-. Te voy a contestar. Mira: no sé los aviones de otras líneas, pero nuestros aviones no tienen avioncitos porque, como dice nuestro lema, la Aerolínea Interoceánica siempre sale a tiempo. Ahora ve con tu mamá, y que te explique eso"... FIN.
