Don Astasio llegó a su casa y sorprendió a su mujer en el lecho conyugal en trance de refocilación con un desconocido. Desconocido para don Astasio, digo, pues la señora se dirigía a su coime con expresiones que delataban conocimiento previo. Le decía: "Cochotas"; "Papi lindo"; "Bombéyele mi chulo", y otras frases de similar jaez. Colgó en el perchero don Astasio el saco y el sombrero, y fue al chifonier donde tenía guardada una libreta en la cual anotaba palabras injuriosas para decirlas a su mujer en tales ocasiones. Regresó a la recámara y le espetó a la esposa este dicterio: "¡Maca!". Ese vocablo pertenece al lenguaje soez de germanía, y significa "indecente", "pícara", "bellaca". Volviose la señora a su marido y díjole: "Botellita de jerez, todo lo que me digas será al revés". Molestó a don Astasio esa respuesta, notoriamente infantil y poco apropiada para el caso, que no dejaba de tener tintes dramáticos. Irritado, le preguntó a su esposa: "¿Qué hace en mi cama este individuo?". "Maravillas" -contestó ella. He aquí otra respuesta inapropiada. Al oírla debió haber dicho don Astasio lo que Apuleyo escribió en "El asno de oro" (1.15): "Cucurbitae caput non habeo". No tengo una calabaza por cabeza. En vez de eso le dijo al ruin amante de su esposa: "Esto lo pagará usted caro". "¿Cómo a cuánto, señor? -replicó el tipo-. Le ruego tomar en consideración que no soy hombre de posibles. Póngase usted la mano en el corazón". "En mi presencia no hablen de negocios -demandó en ese punto la señora-. Es un tema muy aburrido". De nuevo se dirigió don Astasio al individuo: "Salga usted de aquí, y no vuelva a mi casa nunca más". El sujeto le pidió a la señora: "Entonces dime, negra, dónde nos veremos la próxima vez". La furia de don Astasio iba in crescendo. "¡Esto no puede quedar así!" -clamó iracundo. Preguntó el hombre: "¿Quiere usted que tendamos la cama?". En próximos capítulos seguiremos narrando las desdichas conyugales del pobre don Astasio... Ha salido a la mesa de debates el tema de la reducción del número de diputados y senadores que actualmente hay. Está claro que 500 diputados son demasiados. No debe haber más diputados que aquellos electos por los ciudadanos. Tienen que desaparecer aquellos que designan los partidos, costosa dádiva que un país pobre como México no puede darse el lujo de otorgar. En el caso del Senado ha de volverse al espíritu original del Constituyente, y hacer que los senadores sean otra vez representantes de los estados de la Federación, en número tal que corresponda al de esas entidades. La institución senatorial ha sido desvirtuada por los partidos, y debe ser rescatada para la Nación. Ninguna reforma política será plena y verdadera si no se frena la voracidad de los partidos, si no se les quita la infinidad de prebendas que a sí mismos se han otorgado, y que a más de pesar sobre la economía del país lesionan gravemente su actividad política. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... A las 11 de la noche Himenia Camafría, madura señorita soltera, llamó por teléfono al veterinario para preguntarle cómo podía separar a su perrito y su perrita, que se habían quedado pegados después de copular. "Golpéelos ligeramente con un periódico" -recomendó el facultativo. Poco después la señorita Himenia volvió a llamar al médico para decirle que la medida no había dado resultado. "Écheles agua" -aconsejó él. No pasaron ni cinco minutos, y la señorita Camafría volvió a llamar: tampoco lo del agua había funcionado. "Entonces -sugiere el médico- dígale al perrito que le hablan por teléfono". Pregunta, dudosa, la señorita Himenia: "Y eso del teléfono ¿separará al perrito de la hembra?". "Seguramente -responde, hosco, el veterinario-. A mí ya me separó tres veces de la mía"... FIN.