Himenia Camafría, madura señorita soltera, iba por un oscuro callejón. Le salió al paso un individuo y la amenazó: "No grite". Dicho eso procedió a cebar en ella sus más bajos instintos de libídine. Terminado el trance la señorita Himenia le dice al ruin sujeto: "No lo hiciste bien. Voy a gritar"... En el manicomio había este letrero: "Prohibido entrar con perros al jardín". Uno de los internos llegó estirando un cepillo con una cuerda. Le indica uno de los celadores: "El aviso dice que no puedes entrar con tu perro". "¿Acaso estás loco? -replica enojado el orate-. Éste no es un perro; es un cepillo". El otro se desconcierta. "Está bien; puedes pasar". Ya en el jardín el loquito levanta al cepillo, lo pone entre sus brazos y le murmura al oído con sonrisa aviesa: "¡Lo engañamos, Firuláis!"... En el bar le comenta un tipo a otro: "Creo que la chica que está en aquella mesa es bisexual". Pregunta el otro: "¿Por qué lo crees?". Explica el primero: "Se rasura una axila nada más"... Decía una antigua copla: "Pobre del pobre que al Cielo no va: / lo friegan aquí y lo friegan allá". Destino ingrato es, en efecto, el de los pobres. Tanto los clérigos como los políticos los usan para sus protagonismos; sobre ellos cae la demagógica palabrería de los discurseros; son víctima perpetua de infortunios y malaventuranzas. En México los pobres son tantos que deberíamos aniquilarlos. Quiero decir que deberíamos acabar con la pobreza. Y sin embargo seguimos usando a los pobres como pretexto para nuestros dislates. Tal es el caso del famoso impuesto del 2 por ciento, cuyos ingresos se aplicarán -supuestamente- en beneficio de los más necesitados. No sé mucho de finanzas públicas (ni de privadas sé tampoco); sin embargo pienso que ese gravamen es una especie de IVA disfrazado. Los pobres lo pagarán también, eso es seguro; pero ninguna certeza habrá de que lo recaudado vuelva a ellos. Conocemos los abundantes laberintos de ineptitud y corrupción en donde suelen perderse los dineros que los ciudadanos le entregan al Estado. El régimen calderonista, parco en hallar soluciones, ha sido pródigo en inventar tributaciones. Con el deficiente sistema fiscal que padecemos este otro impuesto será una nueva carga que pocos beneficios traerá consigo, pero que a muchos dañará, especialmente a aquellos en cuyo nombre va a aplicarse. (¡Uta! ¡Si después de estas palabras no cae el dicho impuesto, ya no caerá con nada!)... Una mujer fue llevada ante el juez por haber robado en el súper una lata de duraznos en almíbar. Le pregunta el juzgador: "¿Cuántos duraznos había en la lata?". Responde la ratera, avergonzada: "Seis". El juzgador dicta sentencia: "La condeno a pasar seis meses en la cárcel; un mes por cada durazno". Se oye desde el fondo la voz del marido de la sentenciada: "¡También se robó una lata de chícharos, señor juez!"... La trabajadora social llamó a la puerta de un señor que vivía solo. Abrió la puerta el hombre, y la visitante quedó estupefacta: el individuo estaba completamente en peletier; la única prenda que traía era una corbata. Al ver la expresión de azoro de la dama el hombre se disculpa. "Perdone usted, señorita. Ando desnudo porque nadie nunca viene a verme". Pregunta la mujer: "¿Y la corbata?". Contesta el individuo: "Es por si viene alguien"... Un señor compró un perico para regalárselo a su esposa. Le advirtió el vendedor: "Este loro repite todo lo que oye". "Mejor" -razonó el cliente. Llevó el cotorro a su casa y lo puso en el clóset de la recámara, para sorprender a su esposa cuando llegara de su paseo matutino. En eso lo llamaron de la oficina para un asunto urgente. Cuando volvió a su domicilio, ya muy tarde, el perico estaba diciendo una y otra vez dentro del clóset. "¡Muévete, mamacita; muévete!"... FIN.