Aquel bombero contrajo matrimonio. Al empezar la noche de bodas instruyó a su flamante mujercita. "En la estación de bomberos -le dijo- usamos un sistema de señales que nos indican cómo proceder. Cuando el jefe grita: "¡Alarma Uno!", de inmediato nos ponemos la ropa contra incendios. Cuando grita: "¡Alarma Dos!", bajamos por el tubo. Y cuando grita: "¡Alarma Tres!" subimos al carro y partimos a toda velocidad a apagar el fuego con el equipo que tenemos. En nuestro matrimonio procederemos en la misma forma para hacer el amor. Cuando yo grite: "¡Alarma Uno!", te quitarás la ropa. Cuando grite: "¡Alarma Dos!" subirás a la cama. Y cuando grite: "¡Alarma Tres!" te pondrás en posición de recibirme". Ella prometió seguir esas indicaciones. En efecto, gritó el bombero: "¡Alarma Uno!", y ella se desvistió rápidamente. Gritó: "¡Alarma Dos!", y la muchacha subió con prontitud al tálamo nupcial. Gritó de nuevo: "¡Alarma Tres! y la desposada tendió los brazos hacia él. Empezó el amoroso trance. De pronto ella gritó: "¡Alarma Cuatro!". El bombero, desconcertado, le pregunta: "¿Qué significa eso de: '¡Alarma Cuatro!'?". "Significa -responde la muchacha- que no dispones de equipo suficiente para apagar este fuego"... Clara Brugada rindió protesta como delegada de Iztapalapa. Está claro, sin embargo, que el dueño de esa delegación -y del suculento presupuesto que la acompaña- será López Obrador. No deja de ser ilustrativo el hecho de que AMLO, que dice haber ganado la Presidencia de la República, vea hoy como gran triunfo haber ganado una delegación. Ahora Iztapalapa será la caja grande de López Obrador. La señora delegada será en verdad su delegada, y estará permanentemente a sus apreciables órdenes. ¿Sabrá Marcelo Ebrard para quién trabajó cuando le hizo al tal "Juanito" una oferta que éste no pudo rechazar?... La señorita Granderriére poseía un atractivo caderamen. Además lo movía en tal manera que hacía a muchos varones volver la vista para mirar aquellos fascinantes hemisferios. Cierto día la señorita Granderriére iba por la calle cuando un elegante caballero la alcanzó y le dijo: "Perdone usted mi atrevimiento, hermosa dama, pero he venido admirando sus encantos, y esa contemplación ha despertado en mí ciertos impulsos más propios de la juventud que de mi edad madura. Movido por ese poderoso estímulo he concebido una osadía que ahora pongo a su amable consideración. Tiraré al suelo 5 mil pesos. Cuando usted se agache a recogerlos yo tocaré con ambas manos su encantadora parte posterior. Eso será todo. Así habré satisfecho mi deseo, y usted dispondrá de esa pequeña cantidad para comprarse alguna fruslería". La señorita Granderriére vaciló. Y cuando una mujer vacila ante un ofrecimiento así, eso significa que está en disposición de aceptarlo. Un escrúpulo, sin embargo, la asaltó. Le pidió un minutito al caballero, y por el celular llamó a su madre. Le dijo la proposición que había recibido, y le pidió consejo. "Hija mía -respondió la señora-, difíciles son los tiempos que vivimos. Ante esta acentuada recesión debemos poner entre paréntesis algunos miramientos que en épocas de bonanza son muy útiles, pero de los cuales hemos de prescindir en días de necesidad. La suma que ese amable caballero te ha ofrecido es apreciable. Nada pierdes con dejarlo tocar la parte sobre la cual quiere poner las manos, pues tus pompas no son jabón que se desgaste ni fruta que sufra mengua con palparla. Acepta el trato, pues, y luego comparte algo de tu ganancia con la mujer que te dio vida y que ahora te ha dado este consejo provechoso". Aceptó, pues, la señorita Granderriére el ofrecimiento del amable caballero. Media hora después su mamá la llamó por teléfono para preguntarle cómo le había ido. Jadeando fatigosamente la señorita Granderriére contestó muy enojada: "¡El canalla está tirando los 5 mil pesos en monedas de 10 pesos, y por cada moneda hace una tocadura!"... FIN.
