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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Pimp y Nela son dos personajes de esta columnejilla. Pimp es gigoló. Heredó el oficio de su padre, que en su juventud fue un famoso chulo. Le iba muy bien al señor, pero desgraciadamente contrajo la enfermedad de Hansen, lepra, y se le cayó el negocio. Pimp empezó desde muy joven a vivir de las mujeres. Tenía un no sé qué que qué sé yo -la frase es de Corín Tellado- y las incautas jóvenes caían como dormidas en las redes de su labia untuosa. Cuando recordaban ya estaban haciendo mercancía de su cuerpo para sacar dinero y pagar los caprichos de su mantenido. A Nela no necesitó Pimp embaucarla. Ella era lo que Xaviera Hollander llamaba en inglés "a natural", es decir alguien que parecía haber nacido para ser lo que era. Y Nela era horizontal. He ahí un sabroso mexicanismo que la Academia no registra. Esa palabra sirve para nombrar a las mujeres fáciles. Desde luego Nela no era una cortesana de lujo, como Sónnica, la de Vicente Blasco Ibáñez. Menos aún tenía los humos de las célebres daifas de la belle époque: Emilia Delanson, por quien Leopoldo II, rey de Bélgica, acabó en la ruina; Lian de Puchi, belleza delicada, del tipo de Audrey Hepburn, que conocía todos los misterios del erotismo, a los cuales añadía otros de su propia invención, y que en la plenitud de su hermosura y de su fama renunció al mundo y profesó de monja; la Bella Otero, española sensual y misteriosa por cuyo arco del triunfo pasaron seis monarcas europeos, que la evocaban en su ancianidad como el mejor recuerdo de sus vidas. Lejos estaba Nela de tener esa calidad. Su tarifa era modesta. Ni en sueños podía aspirar a recibir las elevadas sumas que algunas mujeres públicas de nota llegaron a cobrar por sus servicios. Ninon de Lenclos, por ejemplo, hizo que Richelieu, el intrigante cardenal de Francia, le pagara 50 mil coronas -el equivalente de 50 mil euros de hoy- por una hora con ella. Pidió la suma por adelantado, y luego envió a otra mujer en su lugar aprovechándose de la cortedad de vista del cachondo purpurado. Una costosa ramera de la antigüedad helénica fue Lais. Le pidió a Demóstenes, ínclito orador, mil dracmas por yacer con él. Demóstenes le dirigió uno de sus bombásticos discursos para convencerla de bajar el precio. Lais escuchó la perorata, y tras oírla subió el precio a 2 mil dracmas. (Y sin embargo aquella hermosísima mujer se acostaba gratis con Diógenes el Cínico, filósofo tan pobre que vivía -como el Chavo del 8- en un barril). Y ¿qué decir de la Condesa Castiglione, amante de Napoleón Tercero, aquel que trajo a México al infortunado y soñador Maximiliano? Esta fulana le pidió al duque de Yarmouth un millón de francos -200 mil dólares en la actualidad, aproximadamente- por "un cuarto de noche", o dos millones por "una noche en el cuarto". El duque escogió la primera opción, y la aprovechó tan bien que la pobre condesa quedó materialmente derrengada (Derrengar: del latín "derenicare", lastimar los riñones; descaderar, lastimar gravemente el espinazo o los lomos de una persona), tanto que hubo de pasar una semana en la cama -en otra- a fin de reponerse. ¡Para que luego digan que los británicos son fríos! Pero me estoy apartando de mi cuento. Pimp y Nela se casaron, y pusieron una casa de mala nota. A poco de haber sido fundado el establecimiento un amigo de Pimp le preguntó cómo iba el negocio, tomando en cuenta estos tiempos de crisis y de recesión. "Va muy bien -contestó Pimp-. El público nos prefiere porque en nuestro local tenemos de todo: si el cliente quiere mujer, hay mujer; si quiere hombre, hay hombre". "¡Caramba! -se admira el otro-. ¡Debes tener mucho personal!". "No tanto -replica Pimp-. Apenas estamos empezando. Ahorita somos nada más mi esposa y yo"... FIN.

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