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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En China se está fabricando un artilugio para que la mujer que no llega virgen al matrimonio pueda simular virginidad. Se trata de una membrana que la novia inserta en su vagina en el momento de consumar la relación. Dice el instructivo correspondiente: "Cuando tu amante penetre, el himen artificial liberará un líquido parecido a la sangre. Agrega tú unos cuantos gemidos y quejidos, y pasarás inadvertida". A más de un novio, pues, el himen chino engañará como a un ídem. Aun antes de que Fernando de Rojas escribiera "La Celestina" - "libro a mi entender divino si encubriera más lo humano", dijo de él Cervantes- ha habido zurcidores de virginidades. La integridad del himen, esa membrana que ocluye parcialmente la entrada a la vagina de las mujeres vírgenes, ha sido considerada muestra de virtud, y prenda absoluta de pureza. El varón la ha exigido como una especie de escritura de propiedad sobre la esposa, y como prueba de que nadie antes que él ha ocupado esa posesión. Desde luego el hombre no ofrece la misma garantía; antes bien la sociedad ha tolerado, y aun aplaudido, que el novio llegue al matrimonio con un buen bagaje de experiencias sexuales. "Es mejor que ya lo agarres cansadito" -decían las abuelas o las madres a las desposadas. Hay ocasiones, es cierto, en que se necesita ese saber. En algunas regiones del sureste mexicano se acostumbraba que la novia y el novio se retiraran a la cámara nupcial y consumaran el matrimonio mientras los invitados a la fiesta estaban todavía reunidos. Si la novia probaba haber llegado virgen a su boda, el orgulloso novio lo anunciaba así a la concurrencia, y la joven daba una vuelta, en triunfo, por la sala, mientras los asistentes la aplaudían. En caso contrario el despechado galán manifestaba: "No hay vuelta". Entonces la avergonzada novia era devuelta a sus papás ante el desprecio de la gente. En cierta ocasión el novio, después de hacer la consumación del acto, salió y declaró mohíno y enojado: "No hay vuelta". Aseguró que había hecho lo que tenía que hacer, pero que no miró en las sábanas las señas probatorias de la virginidad de quien iba a ser su esposa. El padre de la novia, seguro de la virtud de su hija, hizo llamar a un médico y le pidió que examinara a la muchacha. Salió el doctor tras el examen dicho, y expresó a los invitados: "Señoras y señores: sí hay vuelta. Lo que pasa es que el novio andaba muy borracho, y equivocó el camino". El ejercicio de la sexualidad es uno de los campos en que la mujer ha sido mayormente víctima de falta de equidad. Se aplaude que el varón llegue aplaudido al matrimonio, pero se exige que la mujer sea impoluta. Generalmente sobre la esposa cae la responsabilidad de regular el número de hijos. Aún son muchos los varones que se resisten a la vasectomía, por pensar que disminuye su virilidad. Ante el adulterio del hombre la sociedad se hace de la vista gorda, mas no perdona la infidelidad de la mujer. Y sin embargo, nadie debe exigir lo que no puede dar. Superado ese anacrónico y absurdo sentido de propiedad sobre la esposa, ha de privar ahora igualdad de condiciones en el trato de quienes han decidido compartir su vida. Para eso no hay mejor garantía que el amor, acompañado de respeto mutuo y de sentido de responsabilidad en la pareja. En un chiste encontré el mejor alegato que he escuchado sobre la igualdad que en esto de la relación sexual debe haber entre la mujer y el hombre. La noche de las bodas el galán, solemne, le pregunta a su flamante desposada: "Dime: ¿eres virgen?". Pregunta ella a su vez: "Y tú: ¿eres San José?"... FIN.

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