Les presento a un nuevo personaje de esta columnejilla. Se llama Pina Kate, y es una mujer más fea que pegarle a Dios. Cuando nació, el doctor que la trajo al mundo le dio el golpe a su mamá en vez de dárselo a ella. La pobre señora no tuvo náuseas durante el embarazo: las tuvo después. Llegada a la juventud, Pina Kate buscó la ayuda de un siquiatra, porque su fealdad la acomplejaba. El analista aceptó tratarla, pero a condición de que se tendiera en el diván con la cara volteada hacia la pared. Una vez ella viajó a Nueva York como turista. Visitó el Empire State, y cuando salió al mirador los aviones empezaron a atacarla. En otra ocasión pasó por un campo de maíz donde había espantapájaros para ahuyentar a los cuervos. Los cuervos huyeron, espantados; igualmente huyeron los espantapájaros, y por último huyó también el maíz. Algunas mujeres feas lloran por la noche en sus almohadas. Con ella las que lloraban eran las almohadas. No digo todo esto porque Pina Kate fuera fea. Hay personas feas muy bonitas, pues por dentro son hermosas -quiero decir, son buenas-, y eso les da una belleza que la de cuerpo y rostro no alcanza a igualar. Ahí tienen ustedes, por ejemplo, a Rigoletto y Quasimodo, ambos creación genial de Victor Hugo. ("¿Que quién es el mejor poeta que Francia ha dado al mundo? Es -¡ay de mí!- Victor Hugo". Jean Cocteau). Aquellos dos personajes eran feos y deformes. Poseían, sin embargo, un noble corazón, capaz de amar hasta el sacrificio, y eso les dio una belleza que perdura, como lo prueba el hecho de que sus nombres han quedado entre nosotros. Por ejemplo, si en la calle alguien grita: "¡Quasimodo!", yo volteo. Pero Pina Kate, a más de ser fea, era muy mala. Odiaba a los niños; no quería a los animales; jamás cantaba o tarareaba una canción; la gente la molestaba; no disfrutaba las maravillas de la naturaleza -la primera vez que vio el mar lo único que sintió fueron ganas de hacer de las aguas-; no sabía reír un chiste; creía vivir en el peor de los mundos posibles, y a todo le encontraba un pero, hasta a los peros. Ésa era su verdadera fealdad, no la otra. De su fealdad física ella no tenía la culpa; sí la tenía de la fealdad de su alma. Por eso nadie guardará memoria de ella. Al terminar de leer esta inane seccioncilla mis cuatro lectores olvidarán su nombre para siempre. En los congresos de literatura nadie la mencionará, y menos todavía en los de seguros y fianzas. Su destino fatal es el mismo de la infame casa de Usher: eso que Poe llamó "the oblivion", o sea la desaparición por el olvido. (A propósito de la palabra "oblivion", otro vocablo tiene el mismo origen. ¿Saben ustedes cómo se llama -todo tiene nombre- el cuerpo extraño: bisturí, gasa, pinza, paraguas o sombrero, que el cirujano deja olvidado en el interior del paciente después de practicarle una intervención quirúrgica? Se llama "oblito"). Olvido para Pina Kate, pues. Y no por culpa de su fealdad, sino por su malevolencia. Más feas que sus verrugas eran sus envidias: su mezquindad era peor que su mirada torva; el forúnculo que le salía del cuello la afeaba menos que su desdén por los demás. Pero me estoy extendiendo demasiado. A lo que iba era a narrar un hecho que a Pina Kate le pasó. Compró un vibrador para satisfacerse sexualmente, y el artilugio no funcionó. Fue, pues, a devolverlo. El empleado de la tienda lo probó junto a ella, y, en efecto, el vibrador no trabajó. Pero se le ocurrió al muchacho probarlo lejos de la compradora, y el aparato funcionó perfectamente. Volvió a probarlo con la cliente cerca, y el vibrador dejó otra vez de funcionar. El empleado se explicó entonces la causa por la cual el artículo se comportaba así: la dueña era muy fea. "Me temo, señora -le dijo a Pina Kate-, que para que el vibrador funcione tendrá usted que emborracharlo"... FIN.