Alguien le preguntó a Libidio: "¿Cuál es el sentido que aguzas más cuando haces el amor?". Sin vacilar respondió el lascivo galán: "El oído". Se asombró mucho el otro. Si su amigo le hubiera dicho que el tacto, o que la vista, pase. Pero ¿el oído? Explicó Libidio: "Es que siempre hago el amor con mujeres casadas, y debo aguzar mucho el oído para escuchar si el marido llega"... Babalucas tenía una granja. Y tenía también un problema: las orejas de su mula eran tan grandes y altas que cada vez que el animal entraba o salía de la caballeriza sus orejas pegaban en la parte de arriba de la puerta. Al sentir el golpe la mula tiraba coces y reparos, con riesgo para la integridad física de su dueño. Así, Babalucas decidió ampliar la puerta por arriba, para lo cual procedió a tumbar con un talache el muro sobre el dintel. Un amigo vio aquello y le dijo: "¿Para qué agujeras la pared? Simplemente escarba la tierra en la parte de abajo de la puerta. Con eso desaparecerá el problema". "¡Indejo! -replicó Babalucas con enojo-. ¡Lo que se golpea la mula son las orejas, no las patas"!... Grave error cometerá el PRD si se lanza a la aventura de defender lo indefendible y apoya al líder -charro por partida doble- del sindicato de Luz y Fuerza del Centro. No es posible ya preservar vicios del pasado que mantienen en la parálisis a México. Tampoco es posible sostener los privilegios y medro de unos cuantos a costa del interés de muchos. Los perredistas pueden quizá guardar silencio, pero se equivocarán si toman papel activo en una lucha que, por principio de cuentas, está destinada a fracasar, y que por otro lado no cuenta con el apoyo de la gente. Hace algunos días me referí con encomio a la intención de la actual dirigencia del PRD de refundar a ese partido. Con una acción como ésta no lo refundan: lo refunden. Y refundir quiere decir en México hundir una cosa, ponerla lo más abajo posible, de modo que se pierde o extravía... Adonisio era un hombre muy guapo. A su lado Leonardo di Caprio era Lon Chaney Jr. ("Mami: en la escuela los niños me dicen 'El hombre lobo'". "No les haga caso m'hijo, y péinese su carita"). Pensó Adonisio que debía perpetuar en un hijo su varonil belleza, y empezó a buscar a la mujer perfecta, aquella que, como él, no tuviera ningún defecto físico. Así la necesitaba para cumplir su propósito de engendrar un hijo igualmente perfecto. Cierto día vio en la calle a tres hermanas de excepcional hermosura. Las siguió hasta su casa, en un barrio modesto, y pidió hablar con el padre de las beldades. Le explicó que era hombre rico, acomodado, y que deseaba casarse con una de las muchachas. Compartiría con ella -y con él también- su gran fortuna. El señor, que deseaba para sus hijas lo mejor, lo autorizó a escoger esposa entre ellas. Adonisio vio a la mayor, y no quedó satisfecho. Le dijo al padre: "Es un poquito bizca. Nada que se le note, claro, pero es bizca". La segunda tampoco fue de su completo agrado. "Es un poquito patizamba -le dijo al señor-. Nada que se le note, claro, pero es patizamba". La tercera, en cambio, lo deslumbró por su absoluta perfección. Por más que la examinó cumplidamente no encontró en ella falla, tacha, maca, lacra o falta alguna. Con ella se casó. Poco antes de que se cumplieran nueve meses del desposorio la muchacha dio a luz un niño. ¡Pero el chamaco salió feo, horriblemente feo! Parecía macaco, mono, simio, cuadrumano, primate, chango, antropoide, mandril, gorila o chimpancé. Adonisio se espantó. ¿Cómo podía él haber engendrado un adefesio así! "No te aflijas -lo consoló el papá de la muchacha-. Tú no eres el padre de ese niño. Antes de casarse, mi hija estaba un poquito embarazada. Nada que se le notara, claro, pero estaba embarazada"... FIN.