¿Estamos solos en el universo? Si no lo estamos, el pensamiento es sobrecogedor. Y si estamos solos, la idea de nuestra soledad en la infinitud del cosmos es más sobrecogedora aún. Tenemos una certidumbre, sin embargo: no estamos solos en el mundo. Nos acompañan las criaturas que viven con nosotros: insectos, peces, reptiles, aves, animales sin vértebras y vertebrados; seres de todos tamaños, formas y colores que pueblan con su maravillosa variedad este planeta nuestro, tan lleno de prodigios que no sabemos ver, y menos apreciar, y menos aún agradecer. Yo creo que todas las criaturas somos una sola. Me siento hermanado con la piedra, con la oruga, con el delfín y con la estrella, pues sé que tenemos el mismo origen, y que al final volveremos a estar juntos en el común principio de donde surgimos. Esa idea la hallé en un poeta, en un hombre de ciencia y en un filósofo. El poeta es San Francisco; el científico es Darwin; el filósofo es Pierre Teilhard de Chardin. El Pobrecito de Asís nos enseñó nuestra esencial unión con todos los seres y las cosas. Darwin nos mostró el origen común de las especies. Teilhard nos entregó la esperanza de llegar todos juntos al amoroso centro donde la vida comenzó. Esas doctrinas encarnaron para mí en una amorosísima criatura: mi perro Terry. En él miraba yo esa fraternidad del hombre con las demás criaturas. Por él escribí un libro que se llama con su nombre: "Mi perro Terry". En sus páginas describo el entrañable vínculo que une a un ser humano -a un hombre, a una mujer- con su perro. Es un alegre libro, y es un libro amoroso, pues habla del amor a la vida y al mundo en que vivimos. Mañana domingo, a la una de la tarde, en el salón C de Cintermex, presentaré esos relatos -esas vivencias íntimas- en la Feria del Libro de Monterrey. Contaré cosas de risa y diversión; narraré anécdotas de mi casa, e inéditos sucesos de mi tarea de escritor, y hablaré de ese pequeño hermano que por 18 años me acompañó todos los días. La otra tarde me reuní con José Calafel, mi editor de Planeta, que conoce como pocos el infinito mundo de los libros. Me dijo, feliz, aun antes de que nos saludáramos: "¡El Terry está volando!". Con eso quería decirme que el libro ha sido un éxito. Cuando escuché esa frase, sin embargo, creí ver a mi cocker como un ángel en vuelo, entre las nubes, usando a modo de alas sus orejas y señalándome el camino al cielo. Quiero recordar al Terry contigo, que eres uno de mis cuatro lectores. Espero que me acompañes. Hablaremos de la vida, y disfrutaremos juntos el gozo de vivir. Mañana domingo, a la una de la tarde, en el Salón C de la Feria del Libro, en Monterrey. ¡Ahí nos encontraremos!... Doña Gorgolota reprendió con muy duras palabras a su esposo, pues llegó de madrugada a la casa, en estado bastante competente de ebriedad. Pero el marido no escuchó el regaño: puso cara en blanco, igual que si no oyera nada. Alzó la voz con iracundia la señora, y se desgañitó. Vano empeño: su esposo no la oía. Por la mañana lo llevó con un especialista. Después de examinar al señor en su privado, el médico le dijo a doña Gorgolota: "Su esposo tiene sordera testicular". "¿Sordera testicular? -se asombró ella-. Doctor: esta mañana, al ver que mi esposo no me oía, consulté "The Complete Medical Guide", del doctor Ken Hosanna. Encontré en ese libro varias formas de sordera: apopletiforme, también llamada vértigo de Ménière; cortical; ceruminosa; histérica; laberíntica; paradójica; tóxica y musical, conocida igualmente como amusia, un frecuente desorden auditivo -afasia o alexia- por el cual quien lo sufre no puede producir correctamente las notas de una canción o una melodía (lo que se llama ser desafinado). Sin embargo nunca he oído hablar de la sordera testicular". "Es la que tiene su marido -repite el facultativo-. Dice él que por sus éstos no la oirá a usted cuando lo regañe"... FIN.
