Es cierto: fue desaseada la forma en que el Presidente Calderón decretó la liquidación de Luz y Fuerza del Centro, y el modo en que las instalaciones del organismo fueron ocupadas. Eso de que soldados del Ejército hayan sido disfrazados de policías para actuar en el caso atenta contra el decoro del instituto armado, y no habla bien ni de quienes mandaron ni de los que obedecieron. Tampoco se hicieron bien las cosas en lo relativo a las indemnizaciones ofrecidas a los trabajadores que acepten su liquidación. Eso más tuvo aspecto de "mordida" que de legítima terminación laboral. Un ofrecimiento así se une a las excesivas prestaciones de que han gozado esos trabajadores, y en el peor de los casos, de haber sido absolutamente necesario hacer tal pago para evitar un mal mayor, las altas cantidades debieron haber sido resultado de un acuerdo final, y no ofrecidas por adelantado y sin ninguna negociación previa. Desde luego todo esto es cuestión de forma. En el fondo, que es lo que verdaderamente importa, el Presidente actuó con acierto y determinación cuando ordenó el cierre de la costosa e ineficiente empresa. Ahora Calderón no puede dar ni un paso atrás. Si lo hiciera, la Presidencia se le escaparía de las manos, y su capacidad de acción quedaría reducida a cero. Cerrado, pues, ese camino -el de esperar que el Presidente anule su decreto-, los líderes de Luz y Fuerza deben buscar los caminos que la ley les ofrece para oponerse a la medida. Es absurdo y estéril tratar de echarla abajo recurriendo a manifestaciones callejeras que atentan contra el interés de la comunidad y atraen más hostilidad contra los trabajadores y sus líderes. Peor aún sería recurrir a la violencia como medio para mantener sus privilegios. Han empezado ya apagones que muchos atribuyen a actos de sabotaje. Si eso se comprueba, tales acciones serían absolutamente reprobables, y podrían conducir a excesos peores que después los mismos líderes ya no estarían en aptitud de controlar. Urge el diálogo, entonces, para impedir daños y males que todavía se pueden evitar... Con lo anteriormente dicho queda cumplida por hoy mi tarea de orientar a la República. Procedo ahora a relatar algunos cuentecillos que pongan algo de paz en el espíritu de la Nación, conturbado por ése y otros desdichados acontecimientos... Un tipo le dice a otro: "Estoy muy preocupado. Cuando hago el amor, termino demasiado pronto". "En cambio yo -se jacta el otro-, duro una hora". "¿Cómo le haces?" -le pregunta el primero con admiración. Responde el otro: "Le pido a mi esposa que se tienda en la cama; la tengo esperando 58 minutos, y luego ¡wham!"... El señor obispo hizo una visita pastoral al pequeño pueblo donde vivía el padre Arsilio. Hubo misa solemne en la parroquia. El ilustre visitante, ataviado con todos sus ornamentos, incluida su larga y rutilante capa pluvial, fue en procesión llevando en la mano izquierda su báculo, y en la derecha un incensario que agitaba con cadencioso ritmo episcopal para que despidiera sus aromáticas volutas. Entre los feligreses se hallaba el mariconcito del pueblo. Vio venir así a Su Excelencia, y yendo hacia él le dijo al oído: "Tu vestido está precioso, chulis, pero la bolsa se te va quemando"... (A ese mismo mariconcito le gritó en la calle cierto día un incivil sujeto: "¡Adiós, sílfide!". "¡Pues me la pegaría tu padre!" -respondió furibundo el jovencito. Confundió aquella palabra chopiniana, "sílfide", que sirve para designar a un ser etéreo, con el nombre de la sífilis, temible enfermedad)... La nueva secretaria de don Algón le dice muy contenta a la anterior: "El jefe ya me cogió confianza". "¡Mira qué abusivo! -exclama la otra con enojo-. ¡A mí me hizo lo mismo, pero sin fianza!... (No le entendí)... FIN.