El nieto adolescente se sorprendió al ver a su abuelo sentado en una silla en el jardín, con la camisa y la camiseta puestas, pero sin nada de ropa abajo, la entrepierna expuesta al aire. "¿Por qué estás así, abuelo?" -le preguntó asombrado. Respondió el senescente caballero: "Ayer me senté aquí mismo sin camisa ni camiseta, y el cuello se me puso tieso. Lo de hoy es idea de tu abuela"... Don Abdómero se estaba pesando, y al hacerlo sumía la panza. Le dice su esposa: "Eso no te quitará ni un kilo". "Ya lo sé -reconoce don Abdómero-, pero sólo así puedo ver los números de la báscula"... Leamos estas palabras: "... Las opiniones personales de un funcionario, sus creencias, su ideología, tienen que estar subordinadas a una función de Estado...". Imaginemos ahora algunas situaciones. Un funcionario de la Alemania nazi, hombre religioso, de vida irreprochable, culto, sabe que en cierta casa se ha escondido una familia de judíos. Los denuncia, y así los entrega al horno crematorio, porque "Las opiniones de un funcionario, sus creencias, su ideología, tienen que estar subordinadas a una función de Estado". En Chile, en la época de Pinochet, el jefe de una prisión recibe la orden de torturar a los presos políticos. Es hombre educado, sensible, que gusta de los buenos libros y de la buena música. Tortura, sin embargo, a los prisioneros, porque "Las opiniones personales de un funcionario, sus creencias, su ideología, tienen que estar subordinadas a una función de Estado". En tal o cual país un juez recibe del jefe de Estado la consigna de condenar a un inocente. Bien sabe el juzgador que el reo no tiene culpa alguna, pero lo sentencia a muerte o a prisión porque "Las opiniones personales de un funcionario, sus creencias, su ideología, tienen que estar subordinadas a una función de Estado". Todo sentido de la libertad -y de la dignidad- del hombre desaparece cuando el individuo se subordina al Estado y es dominado por él. Tal es el origen de los regímenes totalitarios. Cuando la persona abdica de sus opiniones, de sus creencias, de sus ideas, abdica de sí misma, y se hace mera herramienta del poder estatal. Los ciudadanos se convierten en súbditos, y los funcionarios se vuelven instrumentos inertes, seres sin autenticidad, sumisos siempre a los mandatos oficiales. Volvamos a leer: "... Las opiniones personales de un funcionario, sus creencias, su ideología, tienen que estar subordinadas a una función de Estado...". Esas palabras las dijo el señor Emilio Álvarez Icaza, que aspira a ser titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. De llegar a ese cargo, su misión sería proteger nuestros derechos, sobre todo frente al Estado, ente del cual suelen derivar los mayores peligros y atentados contra los derechos de la persona humana. Pero Álvarez Icaza piensa que "Las opiniones personales de un funcionario, sus creencias, su ideología, tienen que estar subordinadas a una función de Estado...". Si llega a ocupar el puesto que pretende, yo no podré verlo como un hombre libre defensor de mis derechos y de los de mis conciudadanos. En los términos de sus propias palabras tendré que considerarlo un burócrata más al servicio del Estado, cuya función pone por encima incluso de su propia persona... Capronio, incivil sujeto, se dirigió en la fiesta a una linda chica y, jactancioso, le dijo en tono alto para que todos lo oyeran: "Hola, mamacita. ¿Te he visto en algún lado?". "Sí -respondió ella en el mismo tono-. Soy la recepcionista en la clínica de enfermedades venéreas"... Una chica de complacientes maneras iba por la carretera, y su automóvil volcó. Acudió un hombre a darle auxilio. Para ver si la muchacha estaba en sus cinco sentidos le mostró tres dedos de la mano y le preguntó: "¿Cuántos dedos tengo ahí?". "No sé -balbuceó ella-. No siento nada de la cintura para abajo"... FIN.