Aquel tipo era fanático de la vida natural, tanto que se fue a vivir en una colonia de nudistas. Cierto día recibió una carta de su madre. La señora le pedía que le enviara una fotografía suya. El hombre disponía nada más de una foto de cuerpo entero que le habían tomado en el campo nudista, y donde aparecía, naturalmente -y naturalmente-, sin nada encima. Cortó la foto por la mitad con unas tijeras y envió la parte de arriba a su mamá. Poco después recibió otra carta. Era de su abuelita, que también le pedía un retrato suyo. Ya no tenía otro el individuo, pero se dijo: "Le enviaré la parte de abajo de la foto, al fin y al cabo la abuela ya casi no ve, y no se dará cuenta". Le envió, pues, la parte inferior de la fotografía. Unos días después recibió carta de su abuelita: "Hijo -le decía la anciana-, gracias por el retrato que me enviaste. No veo bien, pero alcancé a reconocerte por la foto. Aunque, la verdad, ya no me acordaba de que tienes la nariz tan pequeñita"... Le dice una señora a su amiga: "En la noche de bodas mi marido me dijo palabras muy hermosas". "El mío -dice la otra- me dijo nada más seis palabritas, pero también muy bellas". "¿Cuáles fueron esas seis palabras? -se interesa la amiga. Responde la otra con sonrisa evocadora: "Tres veces a lo largo de la noche me dijo: '¿Otra vez? ¿Otra vez? ¿Otra vez?'"... A los empresarios mexicanos se les pide crear empleos. Sin embargo en México crear una fuente de trabajo es algo más difícil que los trabajos de Hércules. Hay mil trámites que se deben cumplir; mil permisos que se deben obtener; mil "gratificaciones"que se deben dar. Así las cosas, el mayor trabajo que hay es crear trabajo. Estamos enfermos de tramitología, y todos los esfuerzos que se han hecho para acabar con tanto trámite han fracasado por causa de los muchos trámites que se deben hacer para evitar los trámites. Si se quiere que los empresarios creen empleos hay que acabar con ese mal, típicamente mexicano, que consiste en ponerle dificultades a quien quiere trabajar... Doña Clorilia dio a luz su séptimo hijo. "Estaré muy ocupada los próximos meses -le dijo a su esposo, don Fecundio-, así que no me molestes con pretensiones amatorias. Ten este dinero y ve a una casa de mala nota". Salió don Fecundio, y en la escalera del edificio se topó con la vecina del piso bajo, a quien contó lo que su esposa le había dicho. "¿Para qué ir a ese lugar? -le propone la mujer-. Yo puedo darte el mismo servicio". Lo brindó, en efecto, a satisfacción de don Fecundio, que le entregó el dinero. Al regresar a su casa le contó a su esposa lo que le había pasado. "Y ¿el dinero?" -pregunta la señora. "-Se lo dí a la vecina" -responde él. "¡Mira qué mujer tan abusiva! -se indigna doña Clorilia-. ¡Yo hice lo misma por ella cuando tuvo a su último hijo, y no le cobré nada al vecino!"... La señora Granderriére era pianista aficionada, y gustaba de entretener a sus amistades con sus interpretaciones al teclado. En una ocasión sorprendió a las visitas con un anuncio sensacional: iba a tocarles una versión completa al piano de la Obertura "1812'' de Tchaikowsky. Todos aplaudieron. Pero el marido de la señora Granderriére les dijo en voz baja con angustia: "¡No! ¡Pídanle que toque alguna otra cosa!''. "¡Por qué?'' -se extrañó uno de los visitantes. Respondió con angustia el buen señor: "¡No saben ustedes cómo hace los cañonazos!''... Había llovido copiosamente, y se formaron charcos en la calle, frente al templo parroquial. Cuando el novio que se iba a casar llegó a la iglesia se levantó las perneras del pantalón antes de bajar del coche, para no mojárselo. El sacerdote lo recibió en la puerta junto con la novia. Al ver al muchacho le pidió: "Bájate el pantalón". Preguntó el novio con asombro: "¿Ya?"... FIN.