El palomo y la paloma mensajera quedaron de encontrarse en el parque de la ciudad para entregarse ahí a sus escarceos amorosos. Llegó puntual el palomo a aquella cita, pero no estaba ahí la paloma. Seis horas la esperó. Llegó por fin la palomita. "¿Qué te pasó? -le pregunta el palomo, preocupado-. ¿Por qué tardaste tanto?". Responde la paloma: "El día estaba tan bonito que decidí venirme caminando"... Mi deporte es el beisbol. Desde que tengo uso de memoria -de razón todavía no tengo uso- recuerdo haber ido al Estadio "Saltillo", frente a la hermosa Alameda, a ver las hazañas de los ídolos de mi niñez. Luego, ya mayorcito, milité en las ligas pequeñas con el apodo de "El Venado" Fuentes. Me llamaban así porque corría con ligereza el cuadro, y en más de una temporada salí campeón robador de bases. Cada vez que tengo la fortuna de encontrarme con Felipe Leal, gran pelotero y gran persona, él me recuerda esa nostalgia de mis pasados tiempos. Pues bien: en 2009 el beisbol me hizo dos regalos. El primero fue el campeonato de los Saraperos, el equipo de casa. Durante 40 años esperamos el anhelado gallardete, y nos llegó por fin. Ya no somos, ya no seremos nunca, el "ya merito". El segundo regalo que el beisbol me hizo este año fue la espléndida victoria de los Yanquis de Nueva York. Siempre ha sido mi equipo en las Mayores. Tengo, preciada joya de colección, una pelota firmada por Don Larsen y Yogi Berra aquel 8 de octubre de 1956, cuando el grandioso pitcher lanzó el juego perfecto, y le recibió el legendario catcher, a quien vimos, sonriente aún, y aún adorado por la gente, en el primer juego de esta serie. Conservo también una pelota comprada el día en que cerró sus puertas para siempre el Yankee Stadium, abierto a la gloria desde 1923 hasta el año 2008. Ahora el glorioso equipo inaugura su nueva casa, y en ella obtiene el campeonato. Vuelve a alegrarse el niño que todavía soy, que encuentra gozo en todas las cosas de la vida. Al día siguiente del gran triunfo llegaron mis nietos a mi casa, y rieron al verme lucir la vieja gorra de los Yanquis que compré en Nueva York en 1967, cuando hice mis prácticas de periodismo en la revista "Look" y no me perdía ni un solo juego de mi equipo. Cosas de ayer muy de hoy. La vida. Todo lo de ayer es muy de hoy, y todo lo de hoy ya es muy de ayer... El cuento que ahora sigue se llama "Ingratitud". Ilustra la pobre naturaleza de los simios, de los cuales -aunque los simios lo nieguen con vehemencia- venimos los humanos... La monita dejó a su monito al pie de una palmera, pues se le había dormido, y fue al otro lado del río en busca de comida. En eso el río se creció. La monita, angustiada, pues temía que la corriente le arrebatara a su hijo, fue con el cocodrilo y le pidió que la pasara a la otra orilla. El cocodrilo le dijo que la pasaría, pero que al llegar le cobraría el favor en especie. La monita, que era decente, se negó. Le pidió en seguida el favor al hipopótamo, y el gran animal le dijo aquello mismo: la pasaría, sí, pero tendría que entregarle a cambio sus encantos. La monita, virtuosa y pudibunda, se negó con enojo a la demanda. Fue luego con el elefante, y le pidió que la pasara al otro lado. "Claro que sí -le dijo con amabilidad el paquidermo-. Sube a mi espalda, y yo te llevaré". Pregunta la monita, cautelosa: "Y al llegar a la otra orilla ¿no me pedirás nada?". "No veo qué podría pedirte -responde el elefante-. Sube, y te pasaré". Así lo hizo, en efecto. Llegaron al otro lado del río, y el paquidermo se despidió de la monita. Va ella con los demás animales, congregados ya todos en la orilla, y les dice con tono de quien transmite un chisme sensacional: "¿A que no saben qué? ¡El elefante es maricón!"... FIN.