Fernando Larrazábal, presidente municipal de Monterrey, aplicó el dicho popular: "Llegando y haciendo lumbre". En los primeros días de su Administración sacó de la calle a todos los agentes de tránsito de la ciudad, y los tiene sometidos a observación para determinar quiénes se quedan y quiénes se van. Atendió así el reclamo de sus conciudadanos, que protestaban por la rampante corrupción de los malos elementos de esa coporación. Con eso se ganó el aplauso de la gente. Yo tomo su idea, y por este medio me permito proponer que los 500 diputados federales que tenemos (¡500, hágame usted el refabrón cavor!) sean también suspendidos en sus funciones, y sometidos a cuidadoso examen para determinar, por ejemplo, cuáles saben leer y escribir y cuáles no. Cumplida esa verificación hágase que sigan en su cargo únicamente los diputados capaces. Quizá sólo queden en sus curules tres o cuatro, pero con ellos será suficiente para realizar las tareas que actualmente 500 no realizan... Lejos de mí la temeraria idea de decir que Facilda Lasestas era ligera de cascos. Eso sería faltar lo mismo a la caridad cristiana que a la buena educación. Diré, sí, que era leve de envases. Así no se oye mal. A nadie negaba Facilda un vaso de agua: pensaba que si gratuitamente recibió de la naturaleza sus encantos, con esa misma gratuidad debía participar de ellos a la comunidad universal. Don Arsilio, amable sacerdote, la reprendía con paternal afecto. "¿Qué ganas, hija mía -la sermoneaba-, durmiendo con tantos hombres?". "Nunca dormimos, padre -se defendía ella-. Además no lo hago por obtener provecho pecuniario. Lo mío es afición. 'Ars gratia artis'. El arte por el arte". "Plausible diletantismo es ése -reconoció el presbítero-. Te exhorto, sin embargo, a no caer ya en la tentación". "Señor cura -replicó Facilda-: la mejor manera de evitar las tentaciones es caer en ellas. Así las aleja uno más que resistiéndolas. San Antonio quedó flaco y extenuado por tanto luchar contra las tentaciones, y en esas condiciones no se puede combatir el mal. Cuando a mí me asalta una tentación me alejo de ella, pero despacito, para que me alcance. Además la tentación es el arma de la mujer y la disculpa del hombre. Debo aprovechar a mis amigos antes de que el tiempo los haga resistir las tentaciones porque ya no tienen con qué caer en ellas". El padre Arsilio vaciló al oír tales razonamientos. "No entiendo tus sofismas -le dijo a la muchacha-. Son demasiado especiosos para mí. Pero te pido volver al buen camino; debes sentir 'animi dolor ac detestatio de pecatto comisso, cum proposito non peccandi de caetero'; dolor del ánimo y odio al pecado cometido, con propósito de no pecar de nuevo". La admonición del padre Arsilio caló hondo en la conciencia de Facilda. Esa noche soñó que se moría, y junto con otras dos mujeres comparecía ante San Pedro. Les dijo el portero de la morada celestial: "Las tres podrán entrar al Cielo, pues la misericordia de Dios es infinita. Pero no estarán en la misma esfera, porque el comportamiento de las tres fue muy distinto. Tú, Goretia, fuiste siempre casta y honesta; pura como un lampo de luz. Estarás en la primera esfera. Toma esta llave de oro, y ve a tomar posesión de tu sitial". Entró Goretia en la mansión celeste, con música de querubines y serafines. "Tú, Madelena -le dijo San Pedro a la segunda-, fuiste gran pecadora, pero te arrepentiste. Podrás estar en la segunda esfera. Toma esta llave de plata". Y Madelena entró en el paraíso acompañada por cánticos de ángeles y arcángeles. "Tú, Facilda -dice entonces San Pedro-, fuiste también enorme pecatriz, pero no diste jamás muestras de arrepentimiento. Tendrás por eso un cuarto en la tercera esfera, con llave de cobre para abrir la puerta. Ve a tu habitación". Le pregunta Facilda al portero celestial: "Y ¿no me das la llave?". "No -responde San Pedro-. Esta me la quedo yo. Nos vemos a la noche"... FIN.