Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo en una fiesta a una mujer hermosa: "Soy donador de órganos, y tengo uno que me gustaría donarte"... (Nota: este Afrodisio es el mismo que le dijo a otra dama: "Se te ve muy bien ese vestido, pero se va a ver mejor en el piso de mi recámara")... Babalucas golpeó en el mostrador y gritó a voz en cuello: "¡Quiero una hamburguesa!". El encargado del lugar le dijo: "Oiga: está usted en una biblioteca". "Ah, perdón" -se disculpó Babalucas. Y bajando la voz pidió en tono cortés: "Quiero una hamburguesa, por favor"... (Nota: este Babalucas es el mismo que alquiló un perro para ir a cazar patos. No cazó ninguno, y le dijo al dueño del animal: "Quizá no aventé al perro lo suficientemente alto")... Quienes defienden al sindicato de Luz y Fuerza del Centro defienden lo peor que tiene México: la corrupción, la ineficiencia, el mal sindicalismo, la deshonestidad. Nuestro país está luchando por hacer que la vacilante democracia conseguida con tantos sacrificios se extienda a todos los ámbitos de la vida mexicana. Apoyar esos vicios del pasado es asumir una actitud de regresión que pone los privilegios de unos cuantos por encima del interés de todos. Tal postura es muy reaccionaria, y yo la saludo -para usar la expresión de las izquierdas- con una sonora trompetilla: ¡PTRRRRRRRR!... Lejos de mí la temeraria idea de afirmar que Meñico Maldotado tenía escaso bastimento en la región de la entrepierna. Consignaré nada más un hecho simple: cuando el urólogo le revisaba aquella parte, debía usar lupa. Con eso lo digo todo. Tan pequeño era el atributo varonil de Maldotado que él mismo batallaba a veces para hallarlo, sobre todo en días de frío. Tenía entonces que recurrir a un aparato secador de pelo, para con su calor hacer que apareciera lo perdido. Y no me extiendo más en ese tema, pues no quiero caer en culpa de maledicencia. Detesto repetir los chismes que oigo, pero ¿qué otra cosa se puede hacer con ellos? El caso es que Meñico se enamoró de una muchacha, y le propuso matrimonio. (El amor es ciego, y ni siquiera pregunta a cómo está el kilo de carne). La chica le dio el sí -en estos tiempos las proposiciones matrimoniales escasean-, y se fijó fecha para el desposorio. Meñico, sin embargo, tenía una gran preocupación: aquella del tamaño de su equipo. Fue, pues, con una mujer de las que complacen con su cuerpo al prójimo, muy sabedora de su oficio y además comprensiva e indulgente con las ajenas faltas, y le preguntó si aquel demérito podría ser motivo de problemas en su vida conyugal. "No importa lo que tienes, guapo -lo tranquilizó ella-, sino cómo lo usas". Y en una sola lección le enseñó todo lo concerniente a la vida de alcoba. Le dio a conocer primero eso que en inglés se llama "foreplay", y que los hombres olvidan casi siempre. El foreplay es lo que sirve a la preparación del acto: íntimas caricias y amorosas palabras que ponen a la mujer en aptitud -y en deseo- de recibir al varón. Muchos galanes ignoran que esa preparación es necesaria, o la omiten por la urgencia viril que los posee, pero el foreplay es absolutamente necesario. Yo empleo en él 5 segundos cuando menos. En seguida la dicha señora instruyó a Meñico sobre el "performance", que es la realización del acto propiamente dicho. Le mostró el tema -la llamada posición del misionero, usada en la actualidad únicamente por los ejidatarios- y sus infinitas y deleitosas variaciones. Armado, a falta de otras armas, con aquel útil aleccionamiento, Meñico llegó confiado a la noche de sus bodas. Pero ¡oh desilusión! Cuando se presentó al natural ante su flamante mujercita ella lo contempló muy bien y dijo luego: "¿Qué te parece si mejor vemos la tele?"... FIN.