La única belleza verdadera es aquella que el tiempo no destruye. La frase que acabo de poner aquí, lo digo con esa humildad en la que nadie ha logrado superarme, debería ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero. Sin embargo, por causa de la crisis, quizá termine por quedar grabada en una plancha de zoquete. (Sonoro vocablo es éste: zoquete, que la Academia, inexplicablemente, no ha registrado todavía con la acepción que tiene en México. Aquí usamos mucho esa palabra para nombrar al lodo. Viene del náhuatl "zoquitl", que significa cieno o barro. Igual se dice en otros países americanos, por lo cual es motivo de extrañeza que no aparezca el término en el diccionario de la doctísima corporación). La belleza efímera -la de la mariposa, la flor y la mujer- tiene su encanto; pero la que más enciende el alma es esa intemporal belleza que, por serlo, es inmortal. Tan campanudo exordio me sirve para narrar un encuentro que tuve por azar con esa hermosa dama, la belleza. Sucede que en una tienda de discos de Guadalajara encontré uno que se llama "Su mamá tuvo la culpa". Tenía en la portada el dibujo de un guitarrista tañendo su instrumento frente a una ventana a través de la cual se mira la cúpula de un templo conventual. Por todo eso -por la mamá, por la culpa, por el hombre, por la guitarra y por el templo conventual- compré ese disco. ¡Qué regalo me hice a mí mismo, queridísimos cuatro lectores míos! La grabación contiene un ramillete (así debe decirse) de antiguas canciones mexicanas, algunas conocidas, otras que nunca había oído yo. Ahí "El murciélago" y "El payo"; ahí "La Delgadina" y "El prisionero de San Juan de Ulúa"; ahí también "Qué estás haciendo" y "Hay un ser", canciones charaperas cuyo nombre proviene del charape, bebida hecha de pulque al que se pone piloncillo (panocha o panela en otras partes), con añadidura de miel, canela y clavo, y que se bebe en Michoacán y algunas zonas de Querétaro. "Esta bebida -dice la explicación del disco- parece producir una melancolía que propicia el desfogue de la canción". ¡Qué hermosa música la nuestra, y con qué hondura las canciones mexicanas, más apreciadas quizá en el extranjero que en nuestra propia tierra, expresan todos los sentimientos, especialmente los del amor y el desamor! Aplaudo el espléndido trabajo realizado por Fernando Díez de Urdanivia, que tanto ha hecho en bien de la música de México. Lo acompañó en la tarea un artista inolvidable que en mi ciudad, Saltillo, fue muy querido y admirado: el maestro Miguel García Mora. El fonograma, precedido de un muy buen prólogo de Aurelio Tello, está dedicado a su memoria. En él participaron músicos y cantores que con su sensibilidad y su talento realzaron la hermosura de estas canciones, auténtica creación del pueblo, y que por tanto tienen vocación de eternidad. La verdad es que estamos rodeados de belleza, y no tenemos ojos para verla ni oídos para oírla. Obras como este disco de Luzam nos hacen sentir el orgullo de lo mexicano, hoy por hoy tan tristemente disminuido... Le pregunta el niñito a su papá: "Papi ¿qué es el deseo sexual?". "Hijo -suspira el señor-, es algo que aparece con la adolescencia y desaparece con el matrimonio"... El combate fue fragoroso. Por fin el luchador técnico logró arrancarle la máscara al luchador rudo. Al verle el rostro exclama con asombro: "¡Suegra! ¿Usted?"... Una linda chica le dice a otra: "Aquella playa está desierta. Ahí podemos nadar desnudas". "¿Para qué? -responde la otra con desdén-. Nadie nos vería"... Casó señor maduro con muchacha joven. La noche de las bodas él logró penosamente, tras muchas fatigas y trabajos, consumar la relación matrimonial. Le pregunta la novia, a quien el trance había gustado: "¿Cuándo lo haremos otra vez, Languidio?". Responde con voz feble el desposado: "Tú dime el día y el mes, y yo te diré el año"... FIN.