El cuento que abre hoy esta columnejilla fue vetado de consuno por la Liga de la Decencia y por la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la asociación, y de inmediato experimentó los síntomas de un raro mal conocido como pénfigo, consistente en la aparición de flictenas o vesículas que dejan en la piel manchas pigmentosas. La ilustre dama hubo de ser tratada con diaquilón, un emplasto fundente y resolutivo hecho con dos partes de aceite de oliva, una parte de agua y otra de litargirio. Las personas que no quieran sufrir un accidente súbito de pénfigo, absténganse de leer este relato prohibido. Helo aquí... Cierta famosa actriz de cine visitó un reino africano. El monarca de ese remoto país quedó prendado por la belleza de la hermosa fémina, y quiso hacerla suya. Tenía 50 esposas ya, pero la ley de su país le permitía todas las que sus súbditos le pudieran mantener. (Así se rige en México el número de diputados). Llamó, pues, al representante de la actriz para arreglar lo concerniente al matrimonio. Dijo el agente de la estrella: "Miss Tifori pone tres condiciones para acceder al desposorio. La primera: el novio deberá pagarle 100 millones de dólares". "¡Imposible!" -palideció el monarca. "Entonces -dijo el representante levantándose de la mesa- se suspende el matrimonio". "¡Está bien, está bien! -clamó asustado el soberano-. ¡Pago! ¡Pago!". "La segunda condición -siguió el agente- es ésta: el novio deberá darle a la novia su peso en diamantes, dos veces su peso en rubíes, y tres veces su peso en esmeraldas". "¡Imposible!" -tembló el rey. "Entonces -volvió a decir el representante al tiempo que se levantaba de nuevo- se suspende el matrimonio". "¡Está bien, está bien! -gimió el enamorado-. ¡Doy, doy!". "Por último -concluye el representante de la famosa actriz-, en virtud de que la novia es sumamente exigente en el renglón del sexo, el novio deberá tener un pie de masculinidad". "¡Imposible!" -se angustió el monarca. "Entonces -dijo el representante disponiéndose a retirarse- el matrimonio se suspende". "¡Está bien, está bien" -lo detiene con desesperación el africano-. ¡Corto, corto!"... (No le entendí)... Un sentimiento de desánimo se ha apoderado del País. El mismo talante muestra en sus acciones el Presidente Calderón. No sé si los dos sentimientos se implican uno al otro, pero lo cierto es que un humor hosco parece poseer lo mismo a la República que a su primer magistrado. En todas partes observo una actitud de abatimiento, y algunos rasgos de la conducta de Calderón me hacen pensar que el Presidente quisiera ver llegado ya el último día de su difícil encomienda. Eso no es bueno. Digamos: "Sursum corda!". ¡Arriba corazones! No debemos entregarnos a la desesperación, ni arriar las velas o abandonar los remos, si me es permitida esa imagen náutica de dudosa originalidad. (Homero la usó ya en "La Odisea"). En los días adversos es cuando más debemos esforzar el ánimo. Los tiempos son difíciles, es cierto, pero otros de mayor dificultad hemos sorteado. No soltemos el timón, ni dejemos que la nave de la Nación quede al garete. (¡Otra vez las metáforas marinas! Ésta la usó Virgilio en "La Eneida"). Con mano firme y espíritu esforzado surquemos el proceloso mar cuyas airadas olas... (Nota de la redacción. Nuestro estimable colaborador insiste en sus alegorías oceánicas, motivo por el cual nos vemos en la penosa necesidad de poner punto final a su artículo de hoy)... FIN.