Don Vetulio, señor octogenario, llegó feliz con sus amigos del café y les dijo: "¡Anoche tuve una maravillosa noche de placer!". "¿Cómo?" -se asombraron los amigos. "¡Sí! -confirma don Vetulio, jubiloso-. ¡Dormí ocho horas corriditas sin levantarme ni una sola vez al baño!"... Le cuenta un señor a otro: "Mi hijo mayor ya no vive con nosotros. Tiene su propio departamento". "¿De veras? -dice el otro-. Y ¿cada cuándo lo ves?". Responde el señor, mohíno: "Cada 500 pesos"... Llegó al Cielo una otoñal señora, y San Pedro le preguntó su edad. Declara ella con naturalidad: "30 años". El portero celestial enarcó las cejas, y fue a consultar sus registros personales. "Aquí tengo una copia de tu acta de nacimiento -le dice con severidad a la mujer-, y aparece que tienes 65 años de vida". "Vamos, San Pedro -replica la señora-. ¿Se puede llamar vida a los 35 años que estuve casada con ese hombre?"... Mis cuatro lectores saben bien que me he fijado una modesta misión: orientar a la República. Saben también de la congoja que me causa el darme cuenta de que muy rara vez la República atiende mis orientaciones. Con el mayor desinterés y la mejor buena voluntad le imparto mi consejo, pero a la República por un oído le entra y -en el mejor de los casos- por el otro le sale. Desgraciadamente en el pecado lleva la penitencia: este año la economía nacional ha tocado fondo 47 veces; hemos salido de la recesión 95, y el boquete económico se ha cerrado en 114 ocasiones distintas. Y ¿qué decir de la política? No la tenemos: tenemos politiquería, que es cosa bien distinta, y en su mayoría quienes la practican no son políticos, sino politicastros en busca de presupuesto o nómina. A los ojos de los extranjeros somos una caricatura de país, y una triste caricatura, además. Es menester por eso que los mexicanos olvidemos que durante siglos hemos sido súbditos: primero de la España; después de los curas o de los militares; luego, del porfiriato, y finalmente de la otra dictadura que a ésa sustituyó, la de la Familia Revolucionaria. Rompamos ya esa inercia de sumisión; alcemos nuestra voz por encima de la estatura normal y denunciemos los vicios del pasado que siguen viviendo aún en el presente y que amenazan nuestro porvenir: el burocratismo del Gobierno, con su inherente carga de corrupción, ineficiencia y tramitomanía; el nefasto sindicalismo nacido en la época del PRI, y que se niega a desaparecer -cuando México despertó la Maestra todavía estaba ahí-; la viciada y viciosa clase política que padecemos; los partidos de mentiras, y otros mil males de todo orden. O de todo desorden, si se me pide precisión en vez de frases hechas. Dicho de otra manera: en tratándose de nuestra vida pública estamos ligeramente jodidísimos. Los políticos por sí solos no harán nada para cambiar las cosas. Ya lo dice la sabiduría popular: nadie le da patadas al pesebre. Los ciudadanos, entonces, debemos ejercer presión para que los legisladores, velis nolis, a querer o no, emprendan una reforma política de fondo que nos saque del lodazal, fangal, cenagal, tremedal o barrizal en que nos encontramos. (Nota de la redacción: a nuestro estimado colaborador se le escaparon otros sinónimos de lodazal. Son los siguientes: lamedal, tembladal, marjal, aguazal y chapatal)... La anciana madre de aquel pobre señor estaba en agonía. "¡Por favor, mamá! -le suplica el desdichado-. ¡Ahora que va usted a morir dígame quién fue mi verdadero padre!". La vejuca responde con temblorosa voz: "Pro-bee-taaa...". "¡Probeta! -exclama con alegría el señor-. ¡Eso acaba mis terribles dudas! ¡Soy hijo de la ciencia!". "No -lo corrige la ancianita-. Probé tantos hombres que nunca supe cuál de todos fue tu padre"... FIN.