Allá por el siglo V una serie de terribles calamidades se abatió sobre la ciudad de Viena. A fin de conjurarlas San Mamerto (así se llamaba, y ni modo) organizó una procesión con rogativas que luego el Papa León III (ilustre antecesor de León IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII y XIII) extendió a la Iglesia universal. El texto de esas rogativas es hermoso: "... Ab omni malo; a subitanea et improvisa morte; ab ira, et odio, et omni mala voluntate; a fulgure et tempestate; a flagelo terraemotus; a peste, fame et bello, libera nos, Domine...". Eso quiere decir: "De todo mal; de una súbita e inesperada muerte; de la ira, el odio, y cualquier mala voluntad; del rayo y de la tempestad; del azote del terremoto; de la peste, el hambre y la guerra, líbranos, Señor...". Yo, por mi parte, añadiría: "Y líbrame a mí, Señor, del pesimismo". Disfrazado de sentido de la realidad, el pesimismo en verdad es amargura. Creo que un pesimista es alguien que espera ansiosamente que se cumplan los males que auguró, para mostrar así que no estaba equivocado. Un optimista, en cambio, tiene título de propiedad sobre ese don precioso: la esperanza. A cierto amigo mío le preguntó alguien: "Y tú ¿eres optimista?". "¡Claro que soy optimista! -respondió él con entusiasmo-. ¡Me he casado cuatro veces!". A lo mejor yo soy un optimista porque sólo me he casado una vez. Tan grande es mi optimismo, y tan ingenuo, que merece quizás otro nombre menos grato. Además en este país la actitud optimista nos está vedada. El pesimismo consiste en pensar que va a llover el día de campo, y nosotros estamos empapados ya todos los días. Por eso creo que la iniciativa de reforma política del Presidente Calderón no habrá de prosperar. Esa iniciativa corresponde al sentimiento de los ciudadanos, y ni los diputados ni los senadores responden a ese sentimiento, sino al interés de sus partidos. Será imposible, entonces, que los legisladores aprueben una reforma que tiende a fortalecer la vida democrática de México por encima de lo que conviene a los políticos. Este país, no cabe duda, está secuestrado por los partidos. Y los rebaños que esos partidos tienen en las Cámaras no van a darle patadas al pesebre. Es duro usar una expresión como ésa, pero ninguna otra cabe para expresar el pesimismo desolado de un ciudadano que siente que su país se ha vuelto botín de una casta que por ningún motivo renunciará a sus privilegios. ¡Cómo quisiera equivocarme en esto! ¡Cómo me gustaría pensar que los partidos se percatarán al fin de que el mantenimiento de sus privilegios puede llevar a México a una grave crisis política de impredecibles consecuencias! La aprobación de la iniciativa presidencial abriría caminos nuevos al ejercicio democrático; se rompería el nocivo y odioso monopolio que ejercen los partidos, violatorio inclusive de la Constitución, y contribuiría a la formación de mejores políticos. Pero será difícil que esos partidos -con la natural excepción del PAN- reconozcan la importancia de la atinada y valerosa iniciativa del Presidente Calderón. Seguiremos en las mismas, es lo más probable. Es decir, seguiremos transitando de lo malo hacia lo peor... Babalucas y dos de sus amigos estaban en el bar. Dice el primer amigo: "Se me ocurrió mirar dentro del bolso de mi esposa, y vi una cajetilla de cigarros. No sabía yo que ella fumaba". Dice el segundo amigo: "Yo miré dentro del bolso de mi mujer, y vi unas fichas de casino. No sabía que ella jugaba". Y dice Babalucas: "Yo también miré dentro del bolso de mi esposa, y vi un condón. No sabía que ella tenía... dónde ponérselo"... FIN.