En el cine una linda muchacha le pregunta al sujeto que tenía al lado: "Perdone: ¿usted es Santa Clos?". Responde el individuo: "No". "Entonces -le dice la muchacha- quite las manos de mis medias"... El otro día estaba yo en un centro comercial de Guadalajara. Sentado en una banca veía algunos libros y discos que acababa de comprar. En eso se me acerca un caballero. Bien plantado, pulcro y elegante, se dirigió a mí, y sin siquiera decirme: "Disculpe", o "Buenos días", me espetó a bocajarro esta pregunta: "¿Es usted católico?". A veces tengo dudas de si en verdad lo soy, o si merezco serlo, pero conservo la fe de mis mayores, así que respondí lisa y llanamente: "Sí". "Entonces -me dijo aquel señor- puedo decirle lo que vengo a decirle". Pensé que me iba a asestar algún sermón, o una prédica de propaganda de alguna de las mil sectas en que ahora está dividido el cristianismo, de modo que, temeroso, pregunté, disponiéndome a la fuga: "Y ¿qué va a decirme usted". Me contestó el señor: "Que está usted igualito al Papa". Le agradecí mucho la comparación, pues otros me dicen que me parezco a Hugh Hefner, el de la revista Playboy, y eso restablecía el equilibrio. Entablamos conversación, y después de saber quién era yo me hizo la pregunta que muchas veces me hacen: "¿Estuvo usted en algún seminario?". Lo mismo me preguntó un joven seminarista este sábado último, cuando fui a perorar en el Seminario Menor de Monterrey. No sé si me preguntan eso por los latines que a veces pongo en mi columnejilla, o por el tono en que hablo, pero mucha gente piensa que estuve en un seminario. Incluso en la información de prensa que apareció con la reseña de aquella reunión se repitió la conseja. "... 'Catón' -dice la nota- quien también fue seminarista, pero en otro recinto...". Ni en otro ni en ese recinto fui jamás seminarista. Me habría gustado serlo, porque mi formación habría sido más completa, y más firme mi fe, pero la verdad monda y lironda, que digo cuando me la preguntan, es que nunca estuve en ningún seminario. Sentí muchas vocaciones: soñé con ser torero, músico y actor. Alguna vez -vana quimera- hasta aspiré a ser un buen columnista. Pero pensé en ser sacerdote. Y qué bueno, pues no lo habría sido bueno. Mi latín lo aprendí en el bachillerato del glorioso Ateneo Fuente, en Saltillo; me lo enseñó el profesor Ildefonso Villarello, maestro de excelencia. Por eso dije a quienes participaron en esa reunión del seminario regio que el único mérito que yo tenía para estar ahí era mi parecido con el Papa. Fui invitado por José Luis Esquivel, amigo desde muchos años, hombre de extraordinaria calidad humana cuyas bondades no voy a poder nunca pagar. Tuve el honor de saludar al señor Obispo Auxiliar Jorge Cavazos. Cuando nos presentaron él me dijo si me podía dar su bendición. Acepté, claro, agradecido: en estos tiempos en que tantos maldicen, y tantos dicen mal, una bendición es don valioso. Trazó el señor Obispo sobre mí el signo de la cruz y me dijo: "Dios le conserve su inspiración y su alegría". Palabras tan generosas; haber visto los espléndidos murales que en la capilla hizo don Efrén Ordóñez, admirable pintor cuyo arte tiene raíces en la fe; oír los cantos del coro Terra Nova, y haberme encontrado con el recuerdo de Gerardo Guajardo, queridísimo amigo que se fue, pero que está para siempre en la memoria; todo eso, digo, fue luz entre mis brumas y las de la mañana decembrina. Por esa luz doy gracias... Bajó por la chimenea Santa Clos, y se topó en la sala con la linda señora de la casa, vestida sólo con un vaporoso negligé que dejaba a la vista todos sus encantos. Después de entregarle los regalos, le pide Santa a la mujer: "Ábrame la puerta de la calle". Pregunta ella: "¿Por que?". Responde algo apenado Santa: "Porque ahora no voy a poder salir por la chimenea"... (No le entendí). FIN.